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jueves, 22 de marzo de 2012

El retrato de Dorian Gray.

Ayer vi un retrato tuyo. Era un cuadro, en lo alto de una pared por la cual probablemente hayan pasado y pasarán muchos cuadros y muchos retratos como el tuyo.
No fue difícil reconocerte, el color de la piel, de los ojos. Los pómulos, esos pómulos altos que tienen cierto aire desafiante, brusco. La nariz, peculiar. Los labios, carnosos pero no perfectos, más bien extraños pero ayer, armoniosos.
Y el pelo, el pelo fuerte y brillante pero distinto.

Lo único que no era igual era la mirada. Probablemente fuese la mirada que tenías muchos años antes de que yo te conociese. Cuando todavía no eras la persona que yo conocí, la persona que.. no importa. Ya no importa. Y de todos modos tampoco estoy segura de que tú, en algún momento de tu vida, hayas tenido otra mirada, una mirada limpia y clara, bondadosa.

En realidad te estoy mintiendo, ¿sabes? porque ese retrato no era tuyo. Le fallaba lo esencial: la mirada. La mirada hace a la persona. Y la persona de aquél cuadro no podías ser tú porque tenía una mirada joven, inocente, tranquila. Serena. Había serenidad en aquella mirada.

Así que ese retrato no era el tuyo. Era el de la persona que yo quería, el de la persona que si tú también hubieses querido habrías podido llegar a ser. Porque uno no siempre y no por narices es lo que es, uno es sobre todo la persona que elige ser, la persona que quiere ser. Uno siempre tiene opción, ¿sabes? Ellos me lo dijeron: aún cuando creas que no la hay, siempre hay una opción. Que tú en ese momento no la veas no significa que no exista. Sólo tienes que sentarte a reflexionar y la encontrarás porque siempre hay opciones. 
Yo me di cuenta de que tenían razón y elegí, ahora siempre elijo, nunca trago con nada porque sí, porque no tengo más opción, no tengo otra opción porque lo cierto es que aunque esa otra opción pueda no parecer la mejor, al menos está ahí.

Ese retrato era de la persona que tú hubieses podido elegir ser.

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