Contacto

Ponte en contacto conmigo: diariodeundramaanunciado@gmail.com

sábado, 21 de noviembre de 2015

Black widow: I loved you until you hated me (363 días después soy yo quien se despide).

No sé por dónde empezar.

Al principio te hablaba. Creía que aún vivías, en algún lugar, en algún metaverso o dimensión paralela y que si te hablaba, me oirías.
No me tomes por más loca de lo que estoy, te hablaba mentalmente, no de viva voz.
Te pedía que volvieras a tu ser. Que dejases de vagar por donde quiera que estuvieses y que volvieses. Que te echaba muchísimo de menos y que me habías dejado muy solita, que estaba siendo todo muy difícil sin ti.
Te hablaba del piquito de tu camisa, te preguntaba a quién le ibas a cantar La Canción De Las Alitas si no volvías.
De corazón creía que el cordón rojo, ese cordón umbilical que une a la gente destinada a encontrarse, podía estar tenso o enredado pero que si lo hacía de corazón, podrías sentirme tirando desde el otro lado y seguirías la fuerza que te estaba atrayendo. Que encontrarías el camino de vuelta a casa.
De verdad lo creía. Te contaba tantas cosas, te pedía con tanta fe y tanta intensidad que acabases con el cuerpo frío y vacío que habías dejado y volvieses a él, a mí, a nosotros. Aunque paradojicamente, nunca existió un nosotros.
Te aseguraba que nunca iba a dejar de quererte. Pero eso ya te lo dije siempre mientras aún estabas a mi lado, que a la persona que habías sido (que eras en aquella época), siempre, pasase lo que pasase, la querría.
Y he cumplido mi promesa. Sigo queriendo a esa persona, la quiero muchísimo. Pero he comprendido que se ha ido, que se ha alejado tanto que el cordón se ha roto y por mucho que yo le hable y dé tironcitos desesperados del cordón ya no siento tensión ninguna en el otro lado. Esa persona se ha perdido para siempre y sencillamente yo no soy casa para ella, no ahora... nunca lo fui.

Es hora de dejarte marchar, vida mía. No puedo seguir haciéndome esto, entiéndelo. No es que me haya rendido, ni mucho menos. Tan sólo he aceptado o me he resignado, llámalo como quieras.
Y ya lo único que me queda es escribirle a aquella personita tan tierna, tan inocente, tan dulce que un día fuiste y dedicarle unas últimas palabras.
Me hubiera muerto si hubiera seguido así. Y nunca iré ni aún menos llegaré a ninguna parte si sigo arrastrando tu fantasma conmigo. Estoy ya muy cansada, me duelen tanto los puños, los dedos de las manos de agarrarte, la espalda de cargarte, estoy siempre sin aliento...
Te prometo que lo seguiría haciendo otro año más si supiera que me sientes, que el cordón rojo aún late... haría lo que fuera, sabes que no me cuesta perdonar. Sabes que cuando digo te amo lo digo de todo corazón, que soy sensible, sentimental, frágil, que me cuesta olvidar, que soy muy burra y muy echá pa'lante para muchas cosas pero que por debajo del escudo de costillas, soy puro sentimiento, emoción, inquietud, preguntas y amor en todas sus formas, aunque a veces no lo exprese o intente por todos los medios ocultarlo (no contigo, tú eras la excepción de la regla).
Sabes que cuando me comprometo con alguien lo hago hasta mucho más allá del final, sabes que siempre he estado, incluso para los ingratos, los "traidores", los que son como la marea, que desaparecen de la playa meses o años y de pronto un día vuelven. Me lo reprochabas muchas veces. Pero sabes que soy así. Que cuando digo siempre estaré cuando me necesites aunque llevemos meses o años sin hablar, lo digo con sinceridad y lo he demostrado más de una y más de dos veces.
Tú eras Mi Gran Proyecto, el único que nunca di por perdido, el único que nunca abandoné, el único en el que siempre creí, el único que día a día me hacía más ilusión. Estaba contigo y por ti al doscientos por cien. Sabes que no hice ese tipo de promesas en vano a pesar de que otras que para mí eran menos importantes me las salté mil veces.
Pero en este tipo de cosas nunca miento ni he mentido. Y lo sabes, sé que lo sabes.

Sea como sea, ahora me tengo que marchar. No por cansancio ni instinto de supervivencia, no por desencanto ni hartazgo. Me tengo que marchar porque si me quedo aquí esperándote o resignándome a haberte perdido voy a ser la persona más triste y frustrada del mundo. No quiero eso para Ellos, tienes que entenderlo.

Voy a cortar mi trocito de cordón y voy a volar, sin rumbo, sin plan, simplemente dejaré que vuele el globo, que es lo que soy, un globo lleno de aire: de nada, de todo.
Que el aire me lleve a donde quiera.

No sé cómo despedirme. Sería muy politicamente correcto desearte lo mejor y elevarme sin rencores.
... Y muy típico, también.

De modo que simplemente te diré que hasta el día de hoy he cumplido mi promesa, he seguido queriendo a la personita que fuiste. Y sólo volveré a escribirte si algún día rompo mi promesa.

Adiós C******, voy a desplegar mis alitas y a volar.

lunes, 2 de noviembre de 2015

¿XPro? ¿Valencia? ¿1977? Un mundo sin filtros.

Tú que tienes imaginación, imagínate un mundo donde la convención social, lo politicamente correcto fuese hablar con sinceridad. Con una sinceridad brutal, de forma totalmente desinhibida.

Imagínate que los desconocidos pudieran decirte cualquier cosa por la calle, que les gusta tu peinado, que les encanta tu abrigo, que quisieran conocerte mejor, que te invitan a tomar una copa.

Si eso existiese, yo te buscaría. Y te pararía por la calle, te llevaría a tomar café. Te pediría que me dejases hablar, que no dijeses nada. Que te quitases las gafas para que yo pudiera verte mejor pero tú a mí no. Sin filtros, he dicho.

Me encantaría poder decirte que lo que de verdad me encanta eres tú.
Que eres lo primero en lo que pienso al despertarme y lo último que me viene a la mente antes de caer dormida.
Pienso en ti con cada cosa que hago, cada cosa que me cuentan, esto le gustaría, esto lo grabaría, de aquí sacaría una foto preciosa, de esta idea que tengo sacaría algo increíble.
Te busco en cada coche, detrás de cada par de gafas, en cada imagen, sobre cualquier sonrisa, atrapado en una garganta al azar, en un gesto delator.
Quisiera poder prestarte mis ojos y que te vieses con ellos pero eso sería añadir un primer filtro. Cómo lo hago para explicarte que me gustas hasta límites ridículos, incomprensibles, que encierras en ti tanto encanto que cuanto más te miro, más me calas en las entrañas.
Que adoro la forma en la que ladeas un poquito el labio inferior cuando sonríes, que me emboba cómo tus cejas se levantan y se fruncen un poquito cuando hablas. Que tienes una forma nerviosa de mover la cabeza que haría que te la cogiese entre las manos y te besase sin pensarlo para que te estuvieses quieto.
También te diría que tienes el perfil más sexy del mundo, los lunares más evocadores, que podría, te lo prometo, pasarme noches y días enteros contándolos, memorizando su localización su exacta, su forma y su color.
Y que no te cortes las uñas tan en redondo y tan por dentro de la carne (quiero tenerte por dentro de mi carne). Que sospecho que te las muerdes. No, no pruebes a morder el tapón de un boli, prefiero que me muerdas la yema de los dedos.
Ah, tampoco dejes nunca que ningún dentista te lime los colmillos, tienes los dientes del color, el tamaño, la forma, el embrujo perfecto.
Hablar de tu cuello, de tu piel, sería demasiado. Incómodo hasta para una utopía (o distopia, según se mire) como ésta mía.
Pero es que de verdad, me encantas. De verdad, te pienso todo el tiempo, todo el tiempo es cuando leo cualquier cosa, cuando escribo cualquier cosa, cuando miro una foto, la que sea; cuando leo un texto sin importar de qué tipo, cuando me ducho, cuando me estoy secando el pelo, cuando escucho la canción que suene, cuando sueño, cuando sonrío, cuando gimo, cuando me corro, cuando estás y cuando no estás.

Que eres mi obsesión más cuerda. Mi laberinto más familiar. Mi enigma más deseado.

Joder, que me encantas, así de sencillo, con tantas palabras y sin ningún filtro.

jueves, 8 de octubre de 2015

Otro año de supervivencia. Uno más o uno menos.

Septiembre: en shock. El agua de mar no cura todas las heridas.

Octubre: nunca más sonará el timbre a las 20h y serás tú.

Noviembre: hola otra vez, Rayito De Esperanza.

Diciembre: este es El Fin.

Enero: aprendiendo a vivir sin ti.

Febrero: ¿quién es la desconocida esquelética y ojerosa que me mira desde el otro lado del espejo?

Marzo: Recuerdos. El Piquito De Tu Camisa.

Abril: ya falta poco para el verano. En verano todo irá mejor.

Mayo: vértigo. Trying to figure my own self out.

Junio: yo te esperaré / nos sentaremos juntos frente al mar / y de tu mano podré caminar / y aunque se pase toda mi vida / yo te esperaré.
Gracias a Dios que están Ellos.

Julio: perdiendo el norte. Esa vieja conocida.

Agosto: ¿dónde estoy?

Septiembre: por favor, él también no.

Octubre: Los Musos Llevan Gafas.
Siempre supe que existía pero no necesitaba ver su cara. ¿Cuánto más?


Se dice y se escribe pronto. Vivirlo ha sido todo un reto, largo, lento, pesado. Agotador.

sábado, 29 de agosto de 2015

The carrousel never stops.

Una vez alguien que significaba mucho para mí en aquel momento me dijo "el miedo es algo que nos paraliza y nos impide avanzar".
No entendí muy bien a qué se refería en ese contexto pero años después, sin saberlo, lo llevé a la práctica.
Algo muy importante para mí salió mal y me enfadé, me enfadé mucho. Estaba triste, rabiosa, enfadada, decepcionada. No sabía qué hacer, tenía tanta ira y tanta rabia en mi interior que me cansé de luchar, me cansé de dar la cara por todo aquello en lo que creía, me cansé de ir a contra corriente y de ser atacada sin cesar por gente que no apreciaba que pensase por mí misma.
Y me quedé quieta. Me quedé muy quieta porque tenía miedo de explotar. Tenía miedo de, la siguiente vez, pegar tal portazo que tirase abajo la pecera de cristal que hacía las veces de despacho. Tenía miedo de escupirlo todo por la boca como una loca y cerrarme aún más las puertas de mi futuro. Tenía miedo de que me fallase el autocontrol y hacer arder aquel puñetero campus hasta reducirlos, a él y a ellas, a cenizas.

No me podía mover. No sabía en qué pensar. Me nublaban la impotencia, la rabia, la tristeza, la frustración.
Me dejé llevar por el camino que otros me indicaron pero no salió bien.
Así que me quedé paralizada en un sitio, esperando que al no moverme nada se moviese tampoco a mi alrededor.
Esperé muy quieta un invierno, una primavera, un verano, un otoño. Cristalizada en el mismo sitio, andando de puntillas y respirando muy flojito para no perturbar al mundo que me rodeaba, no sea que al pestañear demasiado fuerte se desatase un huracán, no al otro lado del mundo, como predica el efecto mariposa, sino en mi propia vida, en mis mismas narices.
Pasaron otro invierno, otra primavera, otro verano, otro otoño. Siempre quieta. Siempre con la mente aletargada y los sentidos alerta. Siempre inmóvil, imperceptible, silenciosa, apagada.
Otros tantos cambios de estación. Pero las cosas comenzaron a girar a mi alrededor y me entró pánico, no sabía cómo parar el mundo. Yo sólo quería que todo siguiese quieto, estable, silencioso, rutinario. Pero el mundo giró 180º y no me gustaron los cambios. Los cambios me asustaban, la distancia me mataba, más cambios, más distancia, más miedo, más vértigo, más náuseas, la cabeza más pesada y aún así más vacía.
Aquí ya no me podía mover. El terror no me dejaba ser dueña de uno sólo de mis músculos.
Y lo perdí todo. Todo lo que creí que nunca perdería, todo lo que creía tener. Quizás por estar tan quieta para no despertar a nadie, mi estatua de sal en medio del salón no dejaba dormir a nadie.

Me quedé más quieta todavía. Ya no era sal, me hice mármol, gélido, pálido, duro. Mudo. Inamovible. Espectador pasivo e indiferente de las idas y las venidas de los seres vivos que gravitaban cerca de su órbita.
Pero incluso las estatuas de mármol tienen alma. Sufrimiento silente. Lágrimas heladas. Madíbulas y puños apretados. La estatua nunca dormía, nunca cerraba los ojos. La estatua sólo quería ser acariciada por una mano humana que tocase su alma y le devolviese su condición humana.
De modo que esperó, esperó y esperó en el mismo sitio, para que si algún humano la recordaba y deseaba volver a verla, supiera donde encontrarla.
Siempre he estado aquí. Todo lo contrario de lo que fui. De la fortaleza, la risa, la alegría, la ilusión, la inocencia, la calidez, el empuje, las ganas de comerme la vida a bocados.
Todo pensamientos silenciosos, noches blancas y días oscuros. Tan quieta siempre. Tan muerta.

Pero no importa.
No importa cuánto empeño ponga en no parpadear, en no hacer ruido cuando trago saliva y respiro hondo pero flojito. La tormenta siempre se desata sobre mi cabeza cuando menos lo espero.
La meteorología anuncia anticiclones y altas temperaturas que creo que fundirán el mármol y espero ese sol y ese calor como si me fuese la vida en ello. Porque me va.
Pero nunca llegan. Un tímido rayo de sol me engaña para sorprenderme, cuando estoy confiada, con una nueva tormenta de granizo, truenos, rayos.
Una tras otra, una tras otra, no me da tiempo a que se sequen la calcita y la dolomita.

Por muy muerta de miedo y quieta que esté, siempre estoy subida en un carrusel de película de terror, que en ocasiones me hace confiarme yendo más despacio para sorprenderme cuando menos lo preveo con un aumento de velocidad.
Puedo ser una estatua, quieta y muda, pero estoy subida al carrusel de la vida.

And the carrousel never stops.








miércoles, 8 de abril de 2015

Yo me lo he saltado todo y como siempre, he ido a parar directamente a la parte mala. GRACIAS, meu "amor".

Quizás algún día me ría de esto.
Quizás en el momento en el que le vea la carita por primera vez a mi (primer) bebé me ría de todo esto.
O quizás me quede así para siempre y nunca pueda tener hijos.
Y la culpa la habré tenido yo la primera, pero con mucha ayuda. Ya sabes, "entre todos la mataron y ella sola se murió".

No lo sé, ahora mismo no tengo ni idea. El tiempo nos lo dirá, supongo.

Mientras tanto voy a dejar que pase esta noche y me voy a ir a dormir, a ver si mañana amanezco con las ideas más claras. Porque lo que es esta noche te odio con toda mi alma.

miércoles, 18 de marzo de 2015

"Cándida", dijo él. Yo más bien diría "imbécil de solemnidad y sin posibilidad de arreglo".

Me dispongo a embarcarme en la milésima aventura de recuperación, superación personal y de los acontecimientos adversos de los últimos años.
Y lo hago con ganas en la misma medida que con miedo.

Las preguntas de siempre, las respuestas de siempre.
Lo entiendo, entiendo que son preguntas que hay que hacer pero se me da muy mal contestarlas, volcar información sobre mí es una de las cosas que más odio y peor se me dan en la vida.
De ahí mi mote desde muchos años atrás, Herme, de Hermética.

Pero a Herme le falló el envasado al vacío. Y no se lo perdona.

Aquí sé que nos perderemos por equis tiempo, ya sé lo que me tienen que decir, yo misma lo he dicho muchas veces.
Y sé que toda la culpa no es mía. Pero tengo culpa. Mucha. Independientemente de cómo se haya comportado la otra persona.

Tengo culpa porque no sé qué tuve en la cabeza estos últimos seis años. ¿Es que no aprendí nada de experiencias pasadas? ¿Es que no tenía ya claro como el agua que la gente no me conoce pero me utiliza mientras le sirvo y luego desaparece sin más? ¿ES QUE NO SABÍA YO YA TODO ESTO?

Pero entonces llega El Príncipe Encantado, tan guapo él, con sus ojos tan azules, su pelo tan rubio, su cuerpo tan de gimnasio, a lomos de su blanco corcel Serie 1 recién sacado del concesionario y me ablanda.
Que si tú eres muy buena, eso que tenías no eran amigos, ese tío es un hache de pe y no te merecía, esto que tienes siguen sin ser amigos, no se preocupan por ti, sólo te usan, tú te mereces algo mejor, tú te mereces estar rodeada de gente buena porque eres demasiado buena, tú te mereces ser feliz, yo te voy a hacer feliz...
Y yo babeando y dando palmas con las orejas: lo amo, lo amo, ¡es él! Casemonos ya, mañana.

Pero vamos a ver, tonta' l pijo, ¿¿¿es que el resto de veces que alguien te usó y te dejó o te falló llegó diciéndote que iba a hacer contigo lo que quisiera y luego puerta???
¿¿¿Quién, quién te juró y te garantizó que él iba a ser diferente??? NADIE.
Entonces, puedes, por el amor del Señor, explicarme ¿POR QUÉ CARAJO TE FIASTE DE ÉL? ¿POR QUÉ DEJASTE A HERME EN EL OLVIDO Y TE ABRISTE POR LA MITAD COMO EL LIBRO GORDO DE PETETE?

Confiabas en él, ya. Ya lo sé. Algo pasó, algo hizo, algo dijo... que te hizo bajar la guardia.

Y se convirtió en nuestro todo: nuestros ojos, nuestros pulmones, nuestros pies y nuestras manos. Nuestro corazón.
El hermano que nunca tuvimos.
El amigo especial.
El partner in crime.
El confidente.
El ansiolítico natural.
El amante.
El amado.
El novio.
El pedacito de nosotras mismas que llevábamos media vida buscando.

Y aquí estamos ahora, ciegas pero sin bastón. Nuestro bastón ha desaparecido. Y un ciego sin su bastón no es nada. Chocamos contra todo, no sabemos dónde estamos, no medimos las distancias, nos golpeamos contra objetos y personas y nos salen moretones y al final del día, doloridos y desalentados, lloramos hasta que nos dormimos -si dormimos- y cuando suena el despertador lloramos de nuevo porque no queremos salir a la calle.
La calle es impredecible, grande, no se puede conocer la ciudad palmo a palmo. Y deseamos quedarnos escondidos en la oscuridad de la casa que sí conocemos centímetro a centímetro, en la cual sabemos dónde se ubica cada cosa, cuántos pasos hay del salón al baño y a qué altura está la taza del café.

Así que sí, tengo la culpa. Sabiendo lo que sabía, que they will use and abuse you, aún fui tan temeraria y tan estúpida de querer y confiar ciegamente en una persona que no era ni mi Madre ni mi Padre.

Ahora mismo hay en el mundo una persona que lo sabe todo de mí. Seguramente sea, junto con mis progenitores, la única persona que lo sabe todo de mí.
Sabe cómo soy, qué voy a decir, qué estoy pensando, lo que me hace reír, lo que me hace feliz, lo que me hace llorar, en qué pienso justo antes de dormirme, sabe qué hago cuando duermo, en qué postura lo hago, sabe cuánto tardo en ducharme, sabe a qué corresponde cada cicatriz, sabe con qué sueño y qué sucede en mis pesadillas. Sabe lo que significa cada una de mis miradas, sabe lo que quiero cuando estoy enferma. Sabe qué zapatos me gustarían, qué camisa me horrorizaría, sabe cuáles son mis perfumes preferidos de hombre. Sabe lo que siempre llevo en el bolso. El código de desbloqueo de mi móvil. Mis contraseñas. Mis temores. La pizza que más me gusta. Conoce lo que soñaba que sería mi vida con todo lujo de detalles. Conoce mis debilidades. Sabe cómo hacerme reír... y cómo hacerme llorar.
Lo sabe todo de mí. Claro, por eso se fue.

Pero me revuelve por dentro, de miedo y de infinita tristeza, que haya alguien ahí fuera, en este mundo, a quien tanto amé y en quien confíe como no confiaba en mí misma... y a quien no volveré a ver nunca más.
Alguien con la capacidad de destruirme... o de reconstruirme. A quien nunca más volveré a mirar a los ojos. Ni a oler. Ni a abrazar. Ni a morder un piquito de su camisa ni a agarrarme de su dedito meñique cuando conduce.

Una parte de mí misma anda por ahí suelta, por el mundo. Y nunca más volveré a juntarme con ella. Nunca más volveré a estar completa.

Y es por mi culpa.


domingo, 8 de marzo de 2015

Tiempo para volver a escribir, no sé si eso es bueno o malo.

Pensé que esta época del año sería mejor. Pensé que empezaría a revivir, que lo peor ya habría pasado y comenzaría a resurgir.

Como siempre, me equivocaba.

A los problemas de salud, uno nuevo por semana, se suman los recuerdos.

Hace un año todo estaba roto ya. Esa carta escrita a mano fechada a finales de este mes no era una promesa, era una despedida. ¿Cómo no me di cuenta?

Te recuerdo con tus camisas azules. Y sonriendo.
Es raro, te recuerdo cómo eras antes. No recuerdo tanto a la persona del último año, te recuerdo con tus camisas azules, las deportivas también azul marino que solían gustarme menos que más. El fular de rayas azul clarito y blanco rodeándote el cuello. Y sonriendo.

Me pregunto cómo me recordarás tú a mí.
Quisiera que si algún día te vengo a la mente tú también me recordases a mí sonriendo.
No me gusta pensar lo lógico, que me recordarás rubia con el pelo corto, demacrada. O con el pelo negro muy corto, más demacrada aún. Siempre triste, siempre llorando.
¿Puedes, por favor, si algún día me recuerdas, recordarme con el pelo corto rubio del principio o el pelo largo oscuro, pero sonriendo? ¿Podrías, por favor, no recordarme llorando?
No sé si yo misma puedo recordarme riendo. Ni con el pelo largo.

Dicen que con el tiempo lo malo se borra y queda lo bueno. Ojalá sea así. No quiero que recuerdes el esqueleto llorón que quedó de mí. Por favor, por favor, por favor, no me recuerdes así.
Recuerda cuando cantábamos a pleno pulmón en el coche. Cuando hacía de dj malotilla o ponía cincuenta mil acentos extranjeros para hacerte reír. No entiendo por qué te hacían tanta gracia mis acentos. Aunque bueno, a mí me encantaban las cancioncitas que me componías. Sobre todo la de las alitas. O cuando me imitabas el día de nuestra boda.

¿Puedes recordar cuando me reía todo el tiempo? ¿Puedes recordar a aquella chica? ¿Podrás algún día? ¿Podré algún día ser esa mujer?

Antes de ayer me vi pasar por delante de un espejo y me llamaron la atención mis piernas. Hacía tiempo que no me miraba en un espejo. No me miro, me veo. Me veo con ropa, la ropa abulta.
Y procuro verme lo menos posible. No me gusta la imagen que el espejo me devuelve, prefiero fingir que no soy lo que soy ahora. Si no me veo es más fácil hacer como que estoy bien, a veces hasta yo misma me lo creo un poco.
Si me veo en el espejo, se viene todo abajo.


La ansiedad me está consumiendo, literalmente. Está en el aire. El aire de marzo.

Si tan sólo por un momento pudiera dejar de tener los músculos tan tensos, de apretar tan fuerte los dientes que me los rompo. Si pudiera dejar de tener ese bocado afilado mordiéndome el estómago. El nudo en la garganta quemada.
Si por un momento pudiera relajarme, soltarme. Apoyarme contra tu pecho, enroscada a tu brazo izquierdo, mordiendo un piquito de tu camisa. Concentrándome en los latidos de tu corazón, en tu respiración, en tu olor a Spicebomb.
Eras mi ansiolítico natural, siempre te lo decía.
Aparecías sonriendo y me dejabas recostarme contra ti y la migraña se aliviaba, la ansiedad cedía.

Si por un momento, una última vez, sonara el timbre y al abrir la puerta estuvieses tú con tu camisa azul de turno, tu chaqueta de cuero de Belstaff o Tommy y tus deportivas azules. Y sonriendo. Por favor, siempre sonriendo, Vida.




No dejes nunca de sonreír.

sábado, 7 de marzo de 2015

I don't wanna play that role, I don't wanna be the broken hearted girl.

Tengo la impresión de llevar mucho tiempo viviendo para vengarme.
Y ¿qué es lo que he hecho en todos estos años para vengarme? ESPERAR.
Valiente tontería, nadie se venga de nadie esperando.

No es que quisiera vengarme a lo bruto en plan Kill Bill, simplemente esperaba que fuese cierto aquello de que la vida pone a cada uno en su lugar.

El problema del dicho siéntate a la puerta de tu casa y verás el cadáver de tu enemigo pasar es que éste puede tardar décadas en pasar y quizás tú ni te enteres de que ha pasado.
El cadáver de mi último enemigo ha tardado cuatro años en pasar y tampoco ha sido su cadáver, a decir verdad, simplemente lo visto pasar por mi calle atado a los pies de unos caballos viejos, arrastrado por ellos.
No me parece que su sitio fuese prácticamente un paseo a caballo, se merecían algo mucho peor.

Otro cadáver tardó seis años exactos en dar, irónicamente, señales de vida. Y tampoco se puede decir que estuviese demasiado muerto.
Y ya me dirás tú a mí de qué me sirve tener noticias de qué tal o cual persona vive frustrada respecto a ciertos aspectos de su vida al cabo de seis años. Hola, ni me acordaba de que existías, viejo enemigo.

En fin, que vivo much too full of resentment y esas no son formas de vivir. Y desde luego esperando no voy a obtener venganza ninguna. Ni se puede vivir exclusivamente por venganza.

Supongo que en un momento dado cualquier motivo es bueno para mantenerse con vida pero esa fase ha de pasar, hay que encontrar un buen motivo basado en otros sentimientos más nobles para vivir.

O no. ¿Adónde me han llevado a mí los sentimientos nobles? A ser herida, decepcionada, a sufrir.

Y hete aquí que entonces no sé por qué o como tengo que sobrevivir. Hacerlo por odio o por venganza no reporta nada bueno, hacerlo por amor tampoco. Entonces, ¿qué queda?

No lo sé, tendré que descubrirlo.

lunes, 16 de junio de 2014

Y le agradezco este ''premio'' a...

No había yo salido de una que estaba como para meterme en otra, ¿sabes?

En fin, dicen que lo que no te mata te hace más fuerte. Y yo de amor casi me muero dos veces, ni una más.

Esto me está haciendo de hierro.
Porque lo odio todo.
Odio a toda la gente que he conocido.
Odio todas y cada una de las decisiones que he tomado en mi vida.
Odio todo lo que me rodea.
Odio todo lo que fui.
Todo lo que siento.
Estoy llena de odio, de rabia y de asco.

Gracias a todos los que lo habéis hecho posible, os nombraría pero sabéis de sobra quienes sois, todos.

Adiós a la dulce y tierna imbécil que conocisteis. Tengo más furia y más veneno dentro que la peor de las serpientes.

Ahora sí que ya he perdido toda mi inocencia y toda mi fe.

De verdad, gracias a todos y enhorabuena por lo que habéis conseguido, espero que ahora seáis muy felices todos.

domingo, 25 de mayo de 2014

Sola con la gata Sola.

Nunca viviré en pareja.
No voy a casarme.
Nunca tendré hijos.

Estoy sola.

Y así elijo quedarme para siempre.

martes, 20 de mayo de 2014

I'm cutting your name in my heart.

No te creas que me siento bien no preguntándote cómo estás.

Pero como siempre dijimos respecto a esa persona, una disculpa humilde nunca está de más.
Una disculpa que no sea altiva, que no dé paso a un montón de justificaciones (que no sólo no justifican nada sino que invalidan la disculpa).
Una disculpa sincera y humilde, sin condiciones ni añadidos.
Y si has herido profundamente en el alma a una persona, una disculpa y mil a diario si hace falta.
¿O acaso no es lo que le hemos reprochado siempre a esa persona?
¿Por qué esa persona no puede mantenerse altanera y a la defensiva y tú sí?

Sí, te lo dije y te sentó muy mal, haces exactamente lo mismo que críticas en los demás, todo lo que críticas en los demás lo repites punto por punto.
No te lo digo para fastidiarte sino para que seas consciente de ello porque, entre otras cosas, cuando hablamos de esa gente siempre me pides que si en algo te pareces a ellos, te lo diga.

En fin, no se trataba hoy de hacerte ningún reproche, simplemente de decirte que no creas que esta situación a mí me encanta.
Pero hemos llegado a un punto en el cual sois vosotros o yo, no hay sitio en mi vida para todos. Y como es mi vida, comprenderás que apueste por permanecer yo en ella.
Si algún día cambiáis, si cambiáis de verdad, si me demostráis durante años que habéis cambiado... quizás ese día podamos volver a intentar algo.

Hasta entonces no os invito a mi casa pero sabed que las puertas de ésta no están cerradas para vosotros si alguna vez necesitáis entrar: siempre os daré de beber si tenéis sed y de comer si tenéis hambre.
En otras palabras, si algún día me necesitáis, aquí estaré, pero de momento me he cansado de que me lastiméis y a pesar de ello ser yo quien da el primer paso, bajándome los pantalones aunque sienta que la agraviada he sido yo, por no querer dar al traste con gente que ha sido tan importante para mí en mi vida.
Esto sólo demuestra que vosotros fuisteis muy importantes para mí pero yo nunca signifiqué nada para vosotros. Y eso me duele en el alma y por ello y por respeto a mí misma no me siento capaz ya de dar el primer paso para un acercamiento.

Te encomiendo que le hagas extensivo este mensaje a esa persona, a la otra no es necesario, a esa persona le tuve cariño pero no la quise, como a ti y la otra. No me afecta en absoluto que esa persona me haya dado de lado. En cambio que esa persona y tú lo hayáis hecho, sí.

Lo dicho, amigos que quise tanto: si algún día cambias y reconocéis el daño que me habéis hecho y os disculpáis de verdad sin reservas y me demostráis por largo tiempo que habéis cambiado, seré la persona más dichosa del mundo.
Mientras tanto mi puerta sigue abierta si en algún momento lo necesitáis.

Adiós amigos, os quise, os quise muchísimo.
Que os vaya muy bien y seáis muy felices.

Os quise más que a mí misma.

domingo, 18 de mayo de 2014

Love tore us apart, again.

El día que me fui, la ciudad lo sabía.

El día amaneció gris y tan pronto como salí a la calle comenzó a llover.
Me arrastré por las calles observándolas: mojadas, sucias.
Me pareció una acertadísima metáfora de lo que me llevé de ella: suciedad y lágrimas acumuladas durante 22 meses de mi vida, 22 meses tirados a la basura.

No pienso volver. Esa ciudad me ha quitado mucho más de lo que me ha dado. Vosotros me lo habéis quitado todo y no me habéis dado nada.

22 meses de mi vida sucios y llenos de lágrimas. Y ni uno más, si alguien tiene que llorar ahora, llorad vosotros. A mí ya no me quedan lágrimas.

lunes, 21 de abril de 2014

Fallo del sistema.

Cada día me doy más cuenta de que el mundo funciona exactamente al revés de como debería.

De la ausencia total de valores y el reinado absoluto del caos, la maldad y la decadencia mejor no hablo hoy y lo dejo para otro día.

A medida que nos hacemos mayores, también quienes nos rodean envejecen. Y los vamos perdiendo.
Y no es de pequeños cuando más los necesitamos, no, craso error pensar eso.
Es cuando nos hacemos nosotros mismos mayores cuando más necesitamos a quienes ya no están.

Hace años que no sé lo que daría por acurrucarme un ratito contra mi abuela, mi Memé.
Por hablar con su hermana, que murió cuando yo tenía uno o dos años y de la que no guardo recuerdos pero, por lo que me dice mi madre, también me gustaría tenerla cerca ahora.
Igual que a mis tíos M. y M., siempre de bromas y buen humor pero mentes muy inteligentes.
A mi abuelo, un hombre tan cabal, tan recto e inteligente.
Y por supuesto a P.

Es ahora cuando más falta me hacen. Es ahora cuando necesitaría conversar con mi Memé y mi abuelo, es ahora cuando quisiera poder reír con mis tíos. Es ahora cuando más echo en falta su consejo, su consuelo, su presencia.

Porque aunque sé que siempre están conmigo y nunca me dejan sola, necesitaría poder verlos y tocarlos. Acurrucarme contra mi abuela un rato, sólo un ratito.

Nuestros mayores deberían de ir descumpliendo años a medida que nosotros los cumplimos. O plantarse en una edad razonable y esperarnos.
Que se vayan cuando más los necesitamos o antes es un enorme fallo del sistema, ojalá hubiese forma de subsanarlo.

Pero me parece que de momento sólo puedo acurrucarme yo sola en el sofá y rememorar la voz y las palabras de mi Memé, mi abuelo y P.

Si tan sólo pudiera acurrucarme un rato contra ti, Memé, sólo un ratito... Vuelve aunque sea sólo un ratito, por favor.

Mamá, Papá, plantaos, os lo ruego.
Memé, Tía, Tíos M. y M., abuelo, P., esperadme.

jueves, 17 de abril de 2014

Ni soy uno de los hermanos Cohen ni Santa Teresa. ¿Recuerdas cuál es mi nombre?

Acabo de tener una iluminación fantástica.

Estoy en un proceso lento pero seguro que me llevará meses pero que estoy determinada a seguir y a seguir bien, que es lo importante, porque en el pasado lo he hecho muy mal.

La cosa es que cuando algo atenúa la felicidad pero el dolor es igual de intenso, no funciona. Si algo me anestesia, que me anestesie por completo, lo malo también. Pero si lo malo duele, entonces lo dejo porque esto no es lo que necesito y me niego a pasar a algo más hardcore. Yo me entiendo.

El caso es que hoy estaba bien, alegre. Sin razón aparente. Simplemente bien. Es decir, voy por el camino correcto. Si puedo sentir cosas buenas, es que empiezo a despertarme.

Y es en este despertar cuando me doy cuenta de que llevo como dos años viviendo como una buena samaritana porque no quiero vivir con rencor, hay que perdonar, hay que dejar el pasado atrás, hay que ser comprensivo y ponerse en el lugar de los demás, <<hay que, hay que>>.
Un carajo. No soy Santa Teresa, no tengo que nada. Lo que hago lo hago porque quiero y darle a cada persona el lugar que se merece y que se ha ganado en mi vida no es ser mala persona, es ser coherente.
Por eso quería iniciar este proceso, por la persona que era antes de que todo esto comenzase: alguien justo y coherente. No una santa.
Porque ¿quién me perdona a mí cuando he hecho algo mal o no lo he hecho? ¿Quién se pone en mi lugar? ¿Quién intenta comprenderme? Cinco personas contadas, de verdad, no es un número al azar, son cinco personas con nombre y apellido concreto, dos de las cuales leen este blog, ellas sabrán reconocerse si leen esta entrada.
Nadie más. Nadie busca justificaciones por mí, nadie me perdona ni un suspiro, nadie hace nada por mí ni reconoce lo que yo hago.
Y yo me acabo de dar cuenta de que llevo dos años buscando excusas para todo. Para todos. Menos para mí misma. La culpa siempre ha sido invariablemente mía. La culpa es mía por pensar, la culpa es mía por creer, la culpa es mía por confiar, la culpa es mía por el calentamiento global, yo maté a Kennedy, yo tengo la culpa de todo.
Pues no. Yo asumo las consecuencias de lo que digo o doy a entender y de mis actos. De lo que los demás dicen o hacen creer, que se responsabilicen ellos, si se han equivocado que pidan perdón como he hecho yo y si me han hecho daño que asuman su responsabilidad, ¿por qué va a ser todo culpa mía? ¿Es que le pongo una pistola en la sien a alguien para que diga o haga ciertas cosas?
No, cada uno hace y dice, juega, manipula y se comporta como quiere y ha de ser responsable de ello, si tú te estrellas con el coche la culpa no puede ser mía si no iba a volante ni tan siquiera iba contigo en el coche. Tú sabrás qué hiciste para estamparte y yo no tengo por qué justificarte, no soy tu abogado.

Estoy cansada de intentar entender y conciliar a todo el mundo, de darle mil oportunidades a todo el mundo... menos de intentar entenderme y conciliarme, de darme mil oportunidades a mí misma.

¿En qué clase de mundo he estado viviendo todo este tiempo? ¿Cómo es que he sido tan tonta y tan injusta conmigo misma?
Por eso quería La Pastilla Verde, para darme cuenta de estas cosas. Para dejar de ser la imbécil de solemnidad que he sido y volver a ser la persona fuerte, inteligente y coherente que era.
No quiero morir santa, quiero morir feliz.

Por supuesto esto no quita que si me piden perdón no perdone. SI ME PIDEN PERDÓN.
Si se corrigen comportamientos. Si se cambian las cosas y se empiezan a hacer bien.
No significa que vaya a convertirme en un monstruo de hierro inflexible y rencoroso, intransigente e inabordable. Significa simplemente que voy a dejar de perdonar al minuto siguiente de que me hayan hecho daño y me voy a echar todas las culpas a mí misma como si el comportamiento de segundos y terceros fuese cosa mía, algo con lo que yo opero. Yo me manejo con mi comportamiento, con el de nadie más, no tengo por qué asumir la responsabilidad de actos de otros que se afanan en hacerme daño una y mil veces. Mi única responsabilidad es dar una oportunidad más, todo el resto corre de cuenta de quien se aprovecha suciamente de ella. Punto.
Yo no tengo la culpa de que la gente no cambie.
No tengo la culpa de que la gente sea una decepción continua.
No tengo la culpa de lo que los demás hagan.
Sólo tengo la culpa de tener más paciencia de la que alguien se pueda merecer. Nada más. De ahí en adelante la pelota queda en el tejado de los demás.

Ese va a ser el reto y en eso he de centrarme: en asumir unicamente las consecuencias de mis actos, nunca las consecuencias ni la responsabilidad de los actos de los demás.

Me perdonaré y justificaré a mí misma antes de perdonar y justificar a otros.

Y me tomaré el tiempo que considere necesario para perdonar, aunque sean más de cinco minutos.

Pondré a cada persona en el lugar que se merezca y sacaré de mi vida sin remordimientos a quien piense que no se merece o no me compensa tener en ella sin sentirme mal por ello y sin buscar pretextos baratos para no ser drástica.

Primero iré yo y luego irán los demás. E irán en un orden muy concreto. No pondré a personas que no lo merezcan por delante de otras que se lo merecen todo.

Esta es mi vida.
Este es mi blog.
Aquí mando yo.
Tú puedes formar parte de mi vida.
Puedes comentar en mi blog.
Pero no es culpa mía que no te sepas comportar y te eche de mi vida.
No es culpa mía que no te sepas comportar y no te publique un comentario o te bloquee.
Yo no incito a nadie a portarse mal conmigo.
No provoco a nadie para que deje comentarios ofensivos.
Seguro que si te hablo del blog lo entiendes pero extrapolarlo a mi vida te cuesta más. Pues es lo mismo.
Quien quiera leer mi blog y comentar es bienvenido, la puerta de mi vida está siempre abierta. Pero tú y sólo tú eres responsable del contenido que escribes en los comentarios, tú y sólo tú eres responsable de lo que le aportas a mi vida, sea bueno o malo, proviene de ti, no me lo hago yo sola.

Así que no me siento mal por ser justa conmigo misma, no me siento mal por decir que estoy decepcionada o enfadada o asqueada, no me siento mal por quejarme por esto o por lo otro porque no lo he provocado yo y no tengo por tanto que achacarme la culpa de ello.

Yo soy responsable de mi vida y de mis actos, no de los tuyos.
Yo he de respetarme ante todo a mí misma, tú has de ganarte mi respeto.

Mi vida, mis normas .

Yo, Pastilla Verde.
Tú, fuera del sistema.

lunes, 7 de abril de 2014

Traidora a tiempo parcial, traicionada a tiempo completo.

Pues nada, que como suele ser habitual por estas fechas, ya me ha entrado el nervio y tengo que vomitar. Y como tengo esto a mano voy a vomitar aquí, que para eso es mi blog y me lo trajino como quiero.

Hace tiempo que mi vida ha entrado en bucle. En un bucle espacio-tiempo-vivencias.
Hace como unos tres o cuatro años que todos los meses de Febrero tiemblo porque sé lo que me espera. Siempre la misma primavera.
No entiendo cómo sucede, pero sucede. O algún día sin yo saberlo se alinearon los astros de mala manera y entré en el bucle o aquí pasa algo tipo Matrix. Y me extraña, ¿eh?, porque no me suena que nadie me ofreciese una pastilla roja y una azul y lo que es más, conociéndome yo me hubiese tomado las dos por sí acaso, para mantener un pie en cada mundo, o me habría tomado la roja, habría birlado la azul y me la hubiese guardado en el bolsillo por si la cosa se ponía fea. Que una no ha estudiado Enfermería por nada, una lleva siempre el medicamento y el antídoto en el bolsillo del uniforme por si acaso. Mujer precavida vale por dos, y yo para los sentimientos, claramente, precavida no soy, pero para el resto, soy una Madre. No me vas a pillar sin agua, Paracetamol, limpiador de bacterias y tiritas en el bolso.

Total, que llega Febrero y tiemblo porque me lo veo venir. Y cuando yo veo venir algo no me equivoco, lo visualizo viniendo hacia mí. Soy Jennifer Love Hewitt sin pestañas postizas de Drag Queen.

Y nunca falla. Todas las primaveras igual. Traición.
Que te das, que te abres, que confías, que sales de tu burbujita protectora y te vas dando y abriendo poco a poco, que vas poquito a poco intentando hacer las cosas bien, que estás, que apoyas, que lo intentas... y en un abrir y cerrar de ojos ya ha pasado.
Lo peor es que llego a saber hasta cuándo y cómo ha pasado y siempre pasa mientras yo intento ser lo más cariñosa, detallista, etc, etc, posible.
Y entonces me bip en todo lo que se menea.

Porque vamos a ver, una limpia su suelo cuan a fondo y primorosamente puede y de pronto, cada primavera, se lo pisan. Y a mí que me pisen lo fregao me da cien patadas.

Y luego está el tema de quién te lo pisa:
- Amiguita que enseña las tetas y pone cara de ángel (putón que cree ir de icógnito, calienta braguetas, no consuma).
- Amiguita que enseña las tetas y juega a ser la más especial, sensible y mística del mundo. Promiscua sin causa. Calienta braguetas, no consuma.
- Amiguita que enseña aún más las tetas y te lleva de botellón y abracito paquí, abracito pallá. Promiscua descarada. Calienta braguetas, no consuma.
- Ex novia insuperable por sus mil y una bondades y maravillas.
- Putón que lleva las tetas fuera. No va de nada porque es demasiado simple para jugar a nada. Sí consuma, lo ordena su religión, tranca que intuyas, tranca que engullas.

Y a mí que me traicione por estas elementas... chica, no. Que una vale lo suyo.
Que el hecho de que yo no vaya con las tetas por fuera y se las muestre a quién toca, cuando toca, no significa que no las tenga. Que también os diré que después de tantos disgustos, tetas me quedan pocas ya, como todo lo demás. Pero las tengo y muy buen puestas. Ah, y cerebro también tengo. Que igual que a según quién no le seduce tanto pero a la gente inteligente, le suelen llamar más la atención los cerebros que las tetas o en su defecto, los culos.

También las cosas duelen dependiendo de quién te las haga. Que te traicione un amigo duele la de Dios y más. Que te traicione alguien que jamás ha sido ni será tu amigo... psss... a mí como que me resbala un poco y como no es la primera ni la décima vez.. pues ya como que es rutinario, el primer tacto rectal igual molesta, el undécimo no lo notas. Te bajas los pantalones, te dejas hacer, te los subes y te vas. Con la cabeza bien alta, que un tacto rectal no es nada por lo que avergonzarse, hace falta, literalmente, un par de huevos para que te hagan uno.

Así que a mí lo haga la gente desesperada por atención que no sabe estar sola y necesita que alguien esté pendiente de su ser las 24 horas del día pero luego padece de amnesia o Alzheimer y se olvida de todo... como que plin, yo duermo, SOLA, en Pikolin.

Así que una primavera más así no me la da ni Cristo Bendito. Porque es lo que tiene tener tetas y culo Y CEREBRO, que soy más lista que los Ratones Coloraos y tenía guardada La Pastilla Verde. Y esa vosotros no sabéis como funciona pero yo sí. Ya lo iréis viendo, ya. Nos vamos a divertir todos mucho dentro de unos meses.

martes, 25 de marzo de 2014

There's a taste in my mouth as desperation takes hold.

He eliminado la aplicación de Facebook y Facebook Messenger de mis dispositivos. No utilizo ordenador, por lo tanto no entraré en ellos a través de su servicio de página web.
No lo borro porque hay en él contenido (fotos, esencialmente) que no quiero perder y ahora mismo no dispongo de un disco duro de suficiente capacidad como para copiar en él tanta información.
En cuanto tenga uno disponible y pueda guardar el material fotográfico que me interesa, desactivaré la cuenta.

También he eliminado Whatsapp y su alternativa.

A partir de ahora, quién quiera saber de mí que me llame, como solía hacerse antes de tanto avance tecnológico que no hace más que crear la ilusión de que mantiene unida a la gente pero en realidad, la aparta.

En definitiva, no quiero saber ni que nadie sepa nada.

No importa cuán bien intentes hacerlo, al final siempre te traicionan. Y todo y todos tenemos un límite, menos el dolor, ese no conoce tope alguno.
Yo ya he alcanzado mi límite.

En suma, me retiro de las redes sociales, a la postre, me retiro de la sociedad. Seguid mintiendo, ilusionando, hiriendo y traicionando a quién queráis, a mí desde luego ya no.

Enough is Enough.

miércoles, 15 de enero de 2014

"If you love someone, you tell them. Even if you’re scared that it’s not the right thing. Even if you’re scared that it’ll cause problems. Even if you’re scared that it will burn your life to the ground, you say it, and you say it loud and you go from there".



Llevo un año y medio preguntándome qué es lo que no me perdono de aquella época.
Pensaba que fue mi debilidad. Mi falta de astucia, de inteligencia.
Y acabo de llegar, ahora mismo, un año y medio después, a la triste conclusión de que lo que nunca me he perdonado ha sido haberme enamorado.
Enamorarme me hizo débil, me hizo vulnerable, perdí la fuerza, la razón, los argumentos, perdí todo en lo que creía, todo por lo que había luchado, perdí a la Yo que tanto me costó llegar a ser para convertirme en todo lo que siempre había odiado: una chica dependiente, una chica que piensa en plural, una chica que espera, que perdona, que no se da por vencida aunque la causa de su lucha no mereciese la pena.

Y me detesté profundamente a mí misma. Nunca, sólo una vez desde entonces, he reconocido estar enamorada y lo he verbalizado.
Nunca más me he permitido enamorarme, nunca más he verbalizado que estaba enamorada, nunca se lo he confesado a nadie y nunca le he permitido a mi mente pronunciar las palabras me he enamorado.

Nunca he querido volver a ser tan débil y tan detestable para mí misma. Como si el hecho de no decirlo significase también no sentirlo. No, nena, no. Has sido vulnerable, has esperado, has perdonado, no te das por vencida, has rezado, has llorado, has pasado noches sin dormir, has vigilado de cerca el móvil, has apretado los puños y los párpados muy fuerte esperando recibir una buena noticia. 
Te has enamorado, nena, admítelo. 
Te has enamorado, dilo, dilo para qué puedas seguir adelante, para que puedas perdonarte y dejar de odiarte. 
Porque estás enamorada, nena. Y si no has dejado de estarlo ya a estas alturas, no tiene pinta de que vayas a dejar de estarlo por largo tiempo. Así que asúmelo y haz algo al respecto. Algo habrá que puedas hacer en defensa propia por enamorada que estés.

Vamos nena, busca la salida. O al menos siéntete fuerte porque eres capaz de amar. Al fin y al cabo, ¿cuánta gente lo es hoy en día?



Pero que nadie espere nunca oírme decir estoy enamorada, jamás lo admitiré, jamás lo diré y jamás hablaré de ello. Que nadie sepa nunca que me he enamorado, que él no sepa nunca que estoy enamorada.

viernes, 22 de noviembre de 2013

STOCKHOLM SYNDROME: And this is the last time I'll forget you.

Detesto profundamente a la gente a quién le gusta discutir durante horas.
Y a la gente desagradecida. Al tipo de gente que jamás recuerda nada bueno que hayas hecho por ellos, así les hayas bajado la misma luna, pero que no olvidan un agravio mientras vivan.

Lo genial llega cuando estos dos tipos de personas se encarnan en una sola. Oh Señor, para mí es lo peor que pueda existir, me recuerda a alguien que conocí años ha y de quién no quiero volver a saber nada en lo que me resta de vida así sean cien lustros.

Este tipo de gente no suele tener argumento alguno. Tú haces -o no haces- algo en un momento determinado y empieza una batería de reproches y de removida del pasado que no conoce fin.
Cancela todos los planes que tengas para ese día porque no vas a estar operativo, vas a emplear lo que te queda de día en discutir sobre lo presente y lo pasado, lo divino y lo humano.

A mí esto me marcó y pensé que siempre sería así en las relaciones humanas, hasta que conocí a mi posterior pareja.
La primera vez que nos separamos, al llegar él a casa de sus padres, me contó que había ocurrido algo que me hizo tanta gracia como un pellizco picante de los que dejan moretón. Tranquilamente le dije que ya podía ir cortando esa situación pero él se puso nervioso y me levantó la voz.
Yo le había explicado, el mismo día que empezamos a salir, que había ciertas cosas que no soportaba, entre ellas que me levanten la voz porque era algo que en su día me daba hasta miedo.
De modo que sin mediar palabra colgué el teléfono y lo apagué.
A las doce horas sonó el timbre y era mi pareja de nuevo en la ciudad para disculparse. Tienes razón, me dijiste que el tono de voz elevado es algo que no soportas y que te evoca miedo, no debí de alzar la voz.
Me sorprendió que se disculpase ya para empezar. No era algo a lo que yo estuviese acostumbrada. Pasado el asombro nos sentamos y pensé aquí vamos, preparada para diez horas de discusión sobre por qué levantó la voz, que tenía razón, que fue culpa mía, etc. 
Cuál no sería mi sorpresa cuando  simplemente nos sentamos y el chico se siguió disculpando, me abrazó y se deshizo en promesas de no volver a repetirlo. Y cambiamos de tema.
Me quedé alucinada, no intentó ni justificarse, ni echarme la culpa, ni estar horas dándole vueltas al tema. Sencillamente vino, se disculpó, prometió no volver a hacerlo y me abrazó toda la tarde.
Pero esto no se queda aquí. Yo también soy humana, meto la pata como la que más. Cuando lo hago me disculpo e intento explicar el por qué de mi reacción. Ya está, no importa, déjalo, fueron siempre sus palabras. Cuando le pregunté por qué se comportaba así su explicación me enamoró: puedo entender qué es lo que te lleva a comportarte de un modo u otro, no soy estúpido, me pongo tu lugar y te comprendo, ya está. Pasar horas dándole vueltas no es sano, simplemente yo intento ponerme en tu lugar, te comprendo, acepto tus disculpas porque tú sabes que has errado y ya está. El resto es machaqueo insano y yo te quiero y no quiero machacarte. Te comprendo, acepto tus disculpas y confío en que la próxima vez no te enfades, simplemente.
Pero ¿se puede ser más sano, más equilibrado y más inteligente? ¡Qué maravilla! No cupe en mí de gozo.

Porque veréis, os cuento.
Existe un tipo de persona que olvida con gran facilidad lo bueno que has hecho por ella, los detalles que has tenido, las veces que, con el alma en los pies, te has sorbido los mocos y has cogido el teléfono para preocuparte por ellos aunque tuvieses que tapar el auricular a ratos para que no te oyesen llorar. Pero ellos lo estaban pasando mal y tú los querías y no querías que sufrieran así que dejabas tu propio dolor de lado y estabas a su vera.
Tú has pasado por todo, te lo has echado todo a la espalda, si has tenido que llorar noches enteras lo has hecho sola, si te ha comido la pena, si has tenido el corazón en mil pedazos, eso sólo lo sabe tu almohada. Al día siguiente te has puesto en pie, has ensayado una sonrisa fingida frente al espejo y al ver a esa persona, se la has ofrecido con cuanta franqueza has podido meter en ella en lugar de tristeza. Porque en realidad tu corazón estaba en pedazos en tu interior. Pero querías ser fuerte y luchar, no querías darte por vencida.
Eso esta gente no lo tiene en cuenta.
Y puedo pasar por eso, ¿eh?, no importa,  me pongo el chubasquero y dejo que todo resbale: la decepción, la ingratitud, las lágrimas... ya me cansaré, pienso mientras me abrocho el chubasquero.
Pero por lo que no paso es por las discusiones de horas en las que, inevitablemente, llega un punto en el que te dicen algo que te hace hervir la sangre.
Y yo tengo problemas con ese momento. Siento que me sube una furia incontrolable por las tripas hacia arriba y que me arde la cabeza. Y me debato entre ir a casa de esa persona a darle una patada en las gónadas o tomarme un Valium con un Whisky doble y no acometer ningún asesinato.
No obstante, aunque obviamente la segunda opción parezca la más razonable, existe un problema. Este tipo de gente conflictiva no toma un silencio como un mira, te has pasado de la raya, me voy por no matarte, no. Se lo toman como un claro, como tengo razón, no sabe qué contestar,  he ganado, qué grande soy.
Pero mientras tanto ya te han soltado la mentira lapidaria y tú ya estás que te llevan los demonios, porque otra cosa que no soporto es la mentira. Tú y yo sabemos que mientes, ¿a qué juegas? ¿A quién quieres engañar a estas alturas de la película? Anda, calla, que tienes mucho por lo que callar.

A mí mi ex personaje solía decirme estás perdonada incluso antes de hacer el agravio porque te quiero y te lo perdonaría todo.
Suena idílico, ¿verdad? Espérate que ahora llega lo bueno: pero tus disculpas no me sirven de nada porque no te arrepientes de lo que has hecho, sólo quieres zanjar el tema.
O sea: ráscame la espalda, que no me pica.
Vamos a ver si nos aclaramos: ¿cómo no voy a lamentar haber molestado a alguien a quien amo y cómo no voy a querer hacer las paces de una vez? ¿Pensamos con la cabeza en lugar de con el pie, por favor?

Ejemplo práctico de proyección y estupidez en su máxima potencia:

- Te has acostado con Fulano, ¿cómo se te ocurre hacerme eso?

- Pero ¿¿¿qué dices??? ¿Para que voy yo a acostarme con Fulano ni Mengano si estoy enamorada hasta las cejas de ti?

- Porque me odias, para hacerme daño.

¿Con qué cara te quedas? Tú lo haces TODO, lo das TODO, te echas todo lo malo a la espalda para poder seguir adelante... y resulta que has mentido y has engañado por odio. Muy coherente todo. Precisamente porque te odio estoy aquí aguantando tu sarta de mentiras y regañinas, no es por amor, qué va, es porque te odio tanto que me divierte que me eches basura encima, es muy sano para mi mente, mi alma, mi espíritu, mi aura y mi todo. Esto los médicos te recomiendan hacerlo de tres a cuatro veces por semana, como el deporte, de sano que es y bien que se pasa soportándolo.

- Vamos a ver, cariño, yo no te odio, yo te amo, no digas tonterías.

- ¡No lo niegues, lo que deberías de hacer es estar pidiéndome perdón!

- Vale, vale, perdóname, por favor.

- No me valen tus perdones, no son sinceros, no te arrepientes de lo que has hecho y sólo me pides perdón para que te deje en paz.

¿¿¿En qué quedamos, alma de Satanás, te pido perdón o no te pido perdón???

- A ver, amor mío de mis entretelas, de  mi vida y de mi corazón, ¿cómo me voy a arrepentir de algo que no he hecho?

- ¿¿¿Entonces para qué me pides perdón???

- Contra, porque siento el sofoco que te estás llevado, siento que pienses que te he sido infiel, siento todo esto que está pasando.

- No me vale, no te arrepientes.

Aquí tú le intentas explicar durante dos o tres horas que no puedes arrepentirte de algo que no has hecho. Ante la falta de argumentos, mentira lapidaria sobre algo del pasado, rabia que te sube por los pies.
Cuánto más porque hace tres meses le explicaste, llorando, a esa persona, cómo fueron las cosas y cómo las hiciste y por qué no corriste a decirle lo que habías hecho, porque querías hacerlo bonito, montar una escena de película de Las Mil Y Una Noches y contarles todo lo que llevas dentro a la cara, con música de violines de fondo.
Como para que luego te escupan una mentira de antología a la cara.

Yo esas cosas no las soporto.
A mí si me reconoces y me tienes en cuenta las meteduras de pata, ya me puedes ir teniendo en cuenta el orgullo que me he comido mil veces, el dolor que he dejado aparcado mil veces, todo por seguir luchando por ti como podía, a veces con detalles, a veces con mensajes y como buenamente se me ha ocurrido según las circunstancias pero siempre a tu lado, SIEMPRE, incluso cuando no hemos estado en contacto estoy SEGURÍSIMA de que sabías que si me necesitabas podías acudir a mí porque yo JAMÁS quisiera que te pasara nada malo ni que sufrieses, aunque la que sufra tenga que ser yo.
A mí si me echas algo en cara, que sea verdad.
Si te faltan argumentos, a mi no me escupas MENTIRAS BARATAS a la cara porque DUELEN MUCHO y hacen mella en mí. ¿Cómo se puede tener la cara TAN DURA como para decir que no hice esto o aquello cuando hace nada, hecha un mar de lágrimas abrazada a ti, te conté lo que pasó? ¿Pero cómo se puede ser tan animal? Cuando encima quien no cumplió fuiste tú y sabes que lo sé de primera mano, por amigos, por conocidos, por familia y por implicados? Pero ¿a quién quieres engañar? ¿Se pueden tener las gónadas más grandes? ¿Se puede ser más dañino y más sucio? Por el amor de Dios, hombre, que me saquen eso ahora y que me lo saque esa persona en concreto, ME LLEVAN LOS DEMONIOS. Tú también tienes que disculparte por eso y por otras muchas mil cosas que has hecho y que los dos sabemos. ¿O acaso el daño que tú me has hecho no importa? ¿Cuándo me has pedido tú a mí perdón por todo lo que he sufrido? A ver, ¿cuándo?
No juegues conmigo a lo que juegas con los demás porque conmigo te has lucido tanto que, por desgracia, tengo material más que de sobra para cerrarte la boca. Vas a hablarme tú a mí de jugar a bandas o de sinceridad, ¡TÚ, A MÍ! ¡Ja! Es que me descarallo de la risa.

Pensé que nunca conocería a nadie como tú, hijo mío. Pero ya lo ves, la vida me ha demostrado que sí existen más personajes como tú. Sin duda A.y tú os lleváis la Palma De Oro, pero gente que le quiere dar la vuelta a todo para discutir durante eones, sí que hay mucha por el mundo, sí.
Con lo poquito que yo te echaba de menos y lo feliz que era lejos de tu locura y tu toxicidad. ¿No quieres caldo? ¡Toma tres tazas!

Pero no es lo mismo que las cosas te pasen con diecinueve años o con veintinueve. Diez años después una ya sabe recoger su maletita de ilusiones, desilusiones, esperanzas y desesperanzas, dolor y desencanto y marcharse. Porque cuando te digo que hay ciertas cosas que yo no las vuelvo a pasar por nadie en el mundo, te lo digo muy en serio.

Yo no soy el pito de ningún aprendiz de sereno.

Ya te acordarás de mí, ya.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Guess who's back in town! Your Shameless Warrior is back!!!

En realidad cuando te pregunté en qué momento dejé de ser la chica alegre y vital que conociste, te hice una pregunta retórica, ya viste que me contesté yo solita porque recuerdo muy bien en qué momento todo empezó a venírseme abajo.

Tú me guiaste para encontrar mi camino, ¿lo recuerdas? Aquella mañana de invierno en tu casa comprendí con meridiana claridad dónde estaba mi felicidad.
Pero me olvidé de que tan importante es saber a dónde quieres llegar como el camino por el cual quieres llegar. Y ahí fue donde me equivoqué.

Fue cuando puse los ovarios sobre la mesa, tú sabes que eso allí no estaba bien visto. Y yo me decepcioné al ver en manos de quién había puesto mi formación, una formación que era para mí, la más importante que habría de recibir en mi vida.

He tomado muchas decisiones precipitadas en mi vida, tanto en lo personal como en lo académico y lo profesional.
Por eso ahora siempre necesito tantísimo tiempo. Necesito tiempo para analizar todos los escenarios posibles, tiempo para conocer a mi equipo, para saber dónde me meto y con quién, qué puede hacerme la gente con la que me voy a relacionar, ¿pueden hacerme daño? ¿Van a estar siempre de mi lado? ¿Van a apoyar mis decisiones? ¿Serán sus críticas constructivas? ¿Puedo confiar en ellos?
Sí, tienes razón, me paraliza el miedo y no tiró ni palante ni patrás. Pero tengo tanto miedo de que algo salga mal, tengo tanto miedo a volver a sufrir, que supongo que es más fácil no moverse, deja menos lugar a sufrir.

Pero vuelves a tener razón, no puedo quedarme así toda la vida con una frustración enorme a mis espaldas y el miedo continuo a que algo salga mal, a que alguien me haga daño. Ya he esperado demasiado. Es hora de rearmarse y volver a salir al mundo, escudo en ristre.
Veremos lo que pasa, veremos si puedo echármelo todo a la espalda e ir a la mía o quizás incluso, caiga en un buen equipo y pueda volver a ser feliz con lo que hago aunque no ejerza mi vocación.

Sea como fuere, ya he empleado demasiado tiempo en tener miedo y en intentar protegerme. Siempre habrá gente que no me sepa comprender ni esperar, gente que me haga daño. Pero supongo que aún            tengo que hacerme más fuerte de lo que soy en ese sentido... y para eso como para todo en la vida, se necesita práctica. Yo ya tengo bastante pero veo que necesito más, de modo que me pondré la armadura y saldré a luchar. No me sentía tan mal cuando luchaba como ahora. Al menos cuando combatía, aunque sabía que tenía la batalla perdida, mi orgullo me mantenía en pie, el orgullo de no dejarles ver el daño que me hacían me devolvía allí a diario con la frente bien alta hasta el último día. No quería darles el gusto de retirarme sin hacer ruido y sin luchar con uñas y dientes, al menos en ese sentido tengo la conciencia bien tranquila, hice lo que tenía que hacer y el sentimiento de estar echándole  gónadas a todo aquello me hacía sentir bien. Las lágrimas en casa, nunca ante el enemigo.
Me sentía más valiosa entonces que ahora porque al menos no me daba por vencida. Ahora todo eso acabó pero no me siento mejor porque esta protectora inmovilidad me hace sentir débil. Qué curioso, ¿no?

De modo que Ironwoman ha vuelto a la ciudad y de ahora en adelante cuando al levantarme por las mañanas ponga un pie en el suelo, El Diablo volverá a decir ¡oño, que ya está ésta despierta! y Dios podrá igualmente decir ahí va una de las mías a intentar hacer el mundo un poco mejor.

Tiembla, Mundo, que mañana vuelvo a salir a comerte a bocaos. Mi letargo protector ha terminado.

Hora de volver a dar guerra.

jueves, 15 de agosto de 2013

But my knees were far too weak.

Como sé que la manera más rápida y efectiva de comunicarme contigo es esta, pues nunca falla decir algo malo sobre ti y que terceras personas te lo retransmitan, ahí va.

Te quejas de que Fulanita, Menganita y Perenganita te odian (no te odiamos, en realidad, sencillamente, nos cansamos de que siempre quieras a quien no tienes a tu lado, de tus cacaos mentales, de tus mentiras, de tus engaños, de dejarnos la piel por ti a cambio de nada, de tus broncas, tu mal humor, de tus líos, tu inmadurez y tu inestabilidad, del daño que nos haces, de ser juguetes en tus caprichosas manos, de no poder jamás confiar en ti, de tener siempre que tragar con tus exigencias, de no encontrarte nunca cuando te necesitamos y tener que estar siempre cuando nos necesitas y tantas y tantas otras cosas... y acabamos hasta el moño de ti).
Pero yo te pregunto: si tanta gente te "odia", ¿no será por algo? ¿No será, tal vez y sólo tal vez, que algo haces mal? Digo yo, eh.

Si quieres perderme, sabes lo que hacer.
Si quieres encontrarme, sabes donde estoy.


Adiós.


miércoles, 19 de junio de 2013

No me preguntes por qué lo hago porque no tengo respuesta. O quizá no quiera responderte.

Ella me lo dijo: siempre hay opción.

Quizás le contaba que había pasado tal o cual historia y yo había reaccionado haciendo esto o aquello porque no tenía otra opción.
Entonces me lo dijo y eso fue algo que nunca olvidé: siempre hay opción. Incluso cuando creas que no la hay, te equivocas. La opción puede ser mejor o peor, pero estar, está.

Y eso me sirvió de mucho después. Cuando ocurría algo sobre lo que sentía que no tenía control ninguno recordaba sus palabras e intentaba buscar esa alternativa. Al final, siempre acabé encontrando alternativas.
No siempre fueron buenas, ojo. Pero el hecho de saber que existían me hacía respirar. He de reconocer que no siempre estuve muy acertada escogiendo mi opción pero con el tiempo mejoré -temporalmente- la técnica de elección de opciones.

Verás, te explico algo que seguramente no entiendas o no consigas extrapolar pero tampoco puedo hacer todo el trabajo yo.
Hace muchísimos años, en el colegio (bueno, lo que vosotros llamaríais instituto) me tocó leer un libro de un señor Italiano que por tener ascendencia Judía acabó en un campo de concentración. El señor no era creyente pero mira, eso resultó ser lo de menos.
El caso es que en este libro, Se questo è un uomo, (si esto es un hombre), este caballero que no es otro que Primo Levi, cuenta su experiencia en el campo de concentración.
Contaba que la higiene diaria era fundamental pues hasta los animales se lavan. Que sólo los muertos dejaban de lavarse. También que tenían que comer pues no podían dejarse morir, esto era supervivencia simple y llana. Dejarse morir en un campo de concentración no es tarea fácil, tienes a tíos con metralletas obligándote a vivir para que saques adelante el campo.
En aquél momento a Primo Levi le parecía no tener opciones: estaba prisionero y si no cumplía con las órdenes que le daban, terminaría muerto. Pero acabó por comprender que, en aquellas circunstancias, lo más probable que era que muriese de cualquier modo.
Y cuando asumió que la muerte era una constante en su vida (qué irónico) se dio cuenta de que sí tenía opciones. Comer o no. Lavarse o no. Hablar o no. Incluso tirarse contra el cableado eléctrico y que lo friesen a balazos o se electrocutase. O quizás las dos cosas.
Lo que te quiero decir es que, aún en la peor de las situaciones, puedes elegir.

Y te diré más. Te concedo el beneficio de la duda: supongamos que, en efecto, no tienes opciones. Que esto es lo que sucede y esto es lo que hay: se te cae el techo de la habitación encima mientras duermes.
Bien, con eso y con todo no has podido decidir si querías que te cayese el techo encima o no. Pero puedes elegir la actitud con la que afrontas las heridas y la hospitalización.
Y te concedo más aún, que es lo que me concedo a mí misma cuando algo me sale mal: una semana para lamentarme. Me doy una semana para estar lánguida, para darle vueltas al asunto, para revolcarme un poco por el fango. Pero al cabo del séptimo día, me pongo en pie.

Uno no puede dejarse llevar por las cosas que le ocurren, máxime cuando no tiene control sobre ellas.
Y no: levantarse, ir a trabajar, volver, tomar algo con los amigos, dormir y volver a empezar al día siguiente no me vale. Hablamos de superar las cosas, de afrontar la situación. De pararse a analizar lo ocurrido y tomar medidas. Que todo sufrimiento sirva siempre de algo.

Nadie te obliga a nada en la vida.
Si no quieres vivir, puedes matarte.
Si no quieres comer, puedes no hacerlo.
Si no quieres trabajar, puedes quedarte en casa.
Si no quieres pagar una hipoteca puedes vivir en la montaña, en la naturaleza.
Y así suma y sigue.
La rutina en la que uno se encierra es aquella que ha elegido él mismo: estudios, pareja, amigos. Nadie nos obliga a mantenernos en esa rutina, podemos romper con ella cuando queramos. Y créeme, tú aún estás a tiempo. Cuando uno tiene cincuenta años, hijos, hipoteca y facturas es más difícil. Pero aún así te garantizo que se puede.

De ahora en adelante de lo que se trata es de no mantenernos en rutinas que no nos llenan. A ver si me explico, tal y como están las cosas uno puede tener que conformarse con un trabajo que no le llene pero no con una pareja, unos amigos, una personalidad que no le llenan.

Hablando de lo cual, no me digas que uno es como es y no puede cambiar porque eso tampoco es cierto.
La forma de ser es un conjunto de ideas y convicciones (entre otras cosas, pero yo lo enfoco desde un punto de vista neurológico, no sociológico).
Las ideas (y por ende las convicciones) son conexiones neuronales. Y se pueden cambiar. Es posible desconectar un USB del puerto de un pc y conectarlo a otro. Y pc y USB siguen funcionando. Lo mismo pasa con las neuronas.
Cuanto más mayores nos hacemos, más difícil es cambiar, pues las dendritas (el aluminio que entra dentro de un puerto USB) se solidifican como si dejases un USB en un ordenador durante años expuestos ambos al sol, a la humedad, a que líquidos le cayesen encima etc: se oxidaría el aluminio y sería difícil sacar el USB del ordenador. Pero no imposible. Es más: sería más fácil cambiar una conexión neuronal que sacar un USB oxidado de un pc.
Así que sí, es posible cambiar de forma de ser pero para ello HAY QUE QUERER y hay que tener una fuerza de voluntad de hierro y no tirar la toalla a la primera de cambio (que nos conocemos).

A ver si puedo resumirte un poco toda esta parrafada:

1. Siempre existen opciones, sólo hay que DETENERSE un momento a ANALIZAR la situación y BUSCAR alternativas.
Cuando uno va a 300km/h por una carretera, dificilmente puede ver las indicaciones del camino. Para eso hay que RALENTIZAR un poco la marcha y MIRAR. Nunca las indicaciones saltaron de los paneles de las carreteras y se metieron directamente en la sesera del conductor: hay que estar atento y mirarlas.
Las soluciones no van a ir a buscarte a casa.

2. TÚ y nadie más que TÚ eliges la actitud con la que afrontas éxitos y fracasos. Y es normal que te afecten por un tiempo -limitado- pero en lugar de lamentarte lo que tienes que hacer es ASUMIR TU RESPONSABILIDAD y ELEGIR CON QUÉ ACTITUD Y QUÉ MEDIDAS VAS A ENFOCAR LO QUE TE HA OCURRIDO.
Suele ser de gente inteligente no hacer pagar a justos por pecadores y también no cometer dos (o doscientas) veces los mismos errores.

3. Si no te gusta tu forma de ser, CÁMBIALA.
Nadie nace de una manera y muere (de vejez) exactamente igual si no quiere. Yo misma he cambiado muchas cosas de mi forma de ser que no me gustaban y no fue tan difícil como parecía en un principio.
Sólo hay que saber que nos proponemos cambiar POR NUESTRO BIEN Y EL DE AQUELLOS QUE NOS RODEAN Y NOS QUIEREN y mantenernos firmes en nuestro propósito.

4. Y no lo había mencionado antes pero aquí va: no eres un ser excepcional. Me refiero a que no vienes de Júpiter, eres un ser humano más, con problemas de ser humano normal y corriente. De modo que escudarte en si estuvieras en mi lugar no es admisible. Ya he estado en tu lugar mil veces antes que tú. No creas que lo que te pasa es algo de otro mundo y si todos pudiéramos conseguir entenderte entonces quizás... No, de verdad, las cosas no son así. Todos hemos pasado por lo mismo que tú y, créeme, por cosas mucho peores.
Así que deja de pensar que nadie te comprende porque te comprendemos todos perfectamente.

5. Otra cosa que no había comentado antes: BUSCA AYUDA o al menos CONSEJO.
Y no vayas a buscarlo en gente de tu edad, te lo digo por experiencia. Y a ser posible, tampoco en tus padres.
Intenta comentar tus problemas o inquietudes con amigos, compañeros, etc., MAYORES que tú, pues han pasado chorrocientas veces por lo mismo que tú pero ANTES que tú, de modo que tienen una perspectiva distinta, más amplia, menos restrictiva y más simple que la tuya. Sabe más el Diablo por viejo que por Diablo.
Si eres residente de Neurología desde hace poco, lo sabio es que vayas a buscar a un neurólogo que lleve quinientos años ejerciendo porque habrá visto casos como el que te traen de cabeza mil millones de veces y podrá darte un porrón de consejos. Si vas a buscar opiniones de tu compañero de carrera... su experiencia y por tanto sus aportaciones serán muuucho más limitadas. Cuando no erróneas.

Y con esto y un bizcocho, a ver si se filtra también este post igual que se han filtrado otros.
Y lo que es más importante... a ver si entiendes algo de lo que te he intentado explicar... Y TE LO APLICAS. Que ya va siendo hora de dejar el pasado atrás... y de madurar.
Has de hacerlo POR TI, ni a mí, ni a tu familia, ni a tus amigos les va nada en ello. Es algo que sólo te concierne A TI. Es por TU bien, no por el de nadie más.

Cuando alguien te reprocha tu forma de ser y de proceder y te aconseja, no lo hace por tocarte las narices o en su propio beneficio (al menos no en mi caso, yo no soy nada tuyo, ni gano ni pierdo nada contigo, quizá tu familia o tu pareja o tus amigos sí lo hagan egoístamente pero, en serio, yo ¿por qué? ¿Qué más me da a mí cómo seas o dejes de ser tú? Piénsalo. Si me tomo el tiempo de decirte las cosas a la cara no es para enojarte ni hacerte sentir mal sino para que reflexiones un poco. Todos necesitamos, como dice Angelia Jolie en Inocencia Interrumpida, que nos aprieten las tuercas de vez en cuando para tomar conciencia de lo que no estamos haciendo bien y rectificar.
Y si te doy algún consejo, desde luego no es porque vaya a cambiar mi vida drasticamente, sino por tu bien.
Ya te lo he dicho: yo no gano ni pierdo nada contigo. Simplemente he estado donde tú estás ahora mucho antes y muchas más veces que tú y si en algo puedo ayudarte, lo haré.

Tú decides si TÚ quieres hacerlo POR TI.

viernes, 14 de junio de 2013

Why do all good things come to an end? Flames to dust.

Asco.
Decepción.

Eso es todo cuanto siento.
Si en algún momento llegué a quererte, nada queda de ese sentimiento.

No sería capaz de mirarte a la cara ahora mismo. Me daría asco.
Me daría asco que me rozaras, me daría asco tenerte delante, me daría asco tener que escucharte.
Me produces una repulsa como hacía tiempo que no sentía.

Asco.
Decepción.
Rabia.
Otra vez el devastador sentimiento de que he perdido precioso y valioso tiempo de mi vida en una mentira, en un gran engaño, una pantomima ridícula. Una cruel obra de teatro de la que nunca fui protagonista, sólo un títere más, movido por tus macabros hilos.

Cuántos recuerdos se han reducido a apestosas cenizas.
Cuántas creencias infundadas se han reducido a escombros.
Qué triste es haber perdido por completo la fe en ti.
En ocasiones conocemos a gente que hubiera sido mejor no dejar jamás entrar en nuestra vida.

Y lo más triste de todo es que sé que no aprenderás nada de todo esto, que la generosidad que te sigo mostrando se vuelve en mi contra con cada palabra que sale de algún pozo de lodo que me esfuerzo por convertir en agua clara.
Que algún día, quizás en el preciso instante en que lo hago, cada acto y cada palabra te hacen rechazarme más y más, tenerme más inquina y más rencor.

No tienes solución. Y yo... tampoco.

jueves, 16 de mayo de 2013

Divina ¿comedia?

Nunca supo muy bien por qué motivo lo hizo. Sabe que simplemente se dejó llevar y lo hizo como atraída por una extraña fuerza que parecía emanar del mismísimo centro de la Tierra.
Y hasta él caminó, hasta el centro de la Tierra, allí donde Dante había colocado, no sin razón, El Infierno.
Aún en el Limbo, en la puerta de su casa, se preguntó a sí misma si estaba segura de querer entrar al lugar que ante ella se presentaba. Por toda respuesta obtuvo un paso adelante como si no quisiera responderse mentalmente a esa pregunta porque sabía que si lo hacía se giraría sobre sus talones y volvería a la paz de su hogar.
Pero se perdió en él, en sus cabellos que no eran más que el escondrijo enmarañado de los nueve círculos del Infierno, en él que al fin y al cabo era el Infierno en sí mismo.
Y cuando se hallaba en pleno centro de la Tierra, en pleno centro del Infierno, cuando él se despojó finalmente de sus disfraces y se mostró con su tridente y su rojo abrasador, con sus ojos inyectados en sangre y escuchó esa voz pesada y profunda en forma de ensordecedoras carcajadas... se preguntó cómo se había dejado arrastrar hasta allí y lo que era más importante: cómo conseguiría escapar.
Descender al centro del Infierno no había sido tarea fácil. Pero salir de él se le antojaba casi imposible desde cualquier punto de vista.
Provista con un mapa mental que se esforzó en trazar y tratando de ocultarse de él se propuso con férrea determinación desandar el camino y volver a salir a la superficie.
Sin embargo ella no sabía qué le aterraba más: si no poder escapar nunca jamás de allí o que él hiciera la vista gorda y la dejara marchar.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Shout, shout, let it all out, these are the things I can do without, c'mon, I'm talking to you.

No puedo dormir.
Prendo una vela mientras fumo un cigarro, no quiero encender luces y despertar a mi tía.
Fumo por caladas rápidas y espaciadas mientras el recuerdo de una noche de playa me martillea la cabeza.
Recuerdos, muchos recuerdos acuden en tropel a mi mente.
Reflexiones, preguntas sin respuesta.
La, igual que yo, olvidada ceniza del olvidado cigarro cae, igual que yo, sobre mi camiseta, sacándome de mi torbellino de tormentos.
Apago la vela.
Apago el cigarro.
Me apago yo misma, desplomándome sobre el sofá.
Ojalá pudiera apagar también mi mente y mi corazón.

miércoles, 6 de febrero de 2013

La Muerte Del Cisne Rojo (You will remember this day, baby).

Una palabra que no es esperas. Y de pronto, es el fin.
Alguien te agarra cada ventrículo del corazón hincando sus afiladas uñas en él, sientes como te desgarran el músculo, incrustándose muy dentro. Y tira de cada ventrículo en dirección opuesta desgarrándotelo, despedazándotelo por la mitad.
Sientes el desgarro, lento, progresivo. Cómo el latido se va haciendo más débil y comienza a faltarte el aire.
Boqueas intentando respirar como un pez fuera del agua mientras la sangre comienza a brotar profusamente y la carne se separa.
Dura unos minutos, unos minutos eternos.
Y después, el peso en la boca del estómago, el peso de tu corazón muerto, separado en dos pedazos, yaciendo tirado, sin vida, en la boca de tu estómago.
Es un dolor sordo. No puedes gritar. No puedes pedir que paren, no puedes articular palabra.
Así es la muerte, un desgarro, la falta de aliento, sentir que te mueres de dolor y de asfixia sin poder contárselo a nadie, sin poder defenderte, sin poder hacer nada.
Silencio.
Mareo por la falta de oxígeno.
Silencio.
Dolor, visión borrosa.
Silencio.
Lágrimas resbalando inopinadamente por las esquinas de tus ojos, calientes como hierro hirviendo, quemándote la piel de la cara, erosionándotela.
Silencio.
Temblor.
Arcadas.
Frío.
Silencio.
Mucho frío.
El temblor empieza a ceder.
Silencio.
Piel blanca, casi transparente como el cristal. Gélida.

Silencio.

Vacío.

Nada.

domingo, 3 de febrero de 2013

El síndrome del planeta, la vida, la época, el género y la especie equivocados.

Tengo tantas, tantísimas cosas en la cabeza que no puedo escribir sobre nada.

Tal vez si pudiera verbalizar todo esto, el cansancio, el estrés, la preocupación, las decepciones contínuas... tal vez podría sentirme mejor.

Pero es la misma historia de siempre, a veces con las mismas personas de siempre, a veces con otras nuevas. No tiene sentido repetir lo que ya está escrito:

- Amigos que resultaron no serlo
- Partes de ti, esfuerzos que has hecho, cosas que has dado en vano
- Gente que olvida muy rápido
- Exigir mucho y dar poco
- Una decepción tras otra...

Lo he dicho mil veces y me reitero: no puedo salir de mi burbuja, en cuanto pongo un pie fuera me hacen daño.

Always the same old story: soy diferente al resto de la gente. No soy -ni quiero ser- de este mundo.

lunes, 14 de enero de 2013

Be quiet.

Siempre eres capaz de hablarme de los demás. Sabes exactamente lo que los demás opinan, lo que los demás quieren, cómo son los demás. Pero cuando te pregunto por ti misma, te quedas callada. ¿Sabes algo de ti? Creo que te perdiste entre las capas. En un momento dado para protegerte, para no sufrir más, te fuiste poniendo capas y capas encima. La capa de la indiferencia, <<no me importa nada>>, la capa de la autosuficiencia, <<no necesito a nadie>>, la capa de la soledad, <<no quiero a nadie cerca, no quiero que nadie me conozca de verdad>>, y así una tras otra. Y al final ya no sabes dónde, entre todas esas capas, estás tú. No sabes nada de ti misma.

No, no sé nada de mí misma, ella tenía razón. No sé lo que soy, no sé lo que quiero, no sé qué clase de persona soy. No conozco nada de mí, ni una mínima parte de lo que soy.
Pero sí lo que no soy.
No soy fuerte.
No soy alegre.
No soy simple.
No soy fácil.
No soy vital.

Del resto, sé muy poco.
Algunos dirían que soy pesimista, que no es otra cosa que un optimista realista.
Soy fácil de asustar.
Fácil de cansar.
Fácil de alejar.
He perdido la fe en la raza humana.
Me cuesta un mundo confiar en alguien.
Soy introvertida.
No me gusta mostrar mis emociones ni mis sentimientos. No me gusta que nadie pueda leer en mí.
No espero nada, ni de la vida ni de nadie.
Soy reflexiva.
Impulsiva a veces.
Siempre tengo algo en la mente, nunca, nunca, nunca puedo dejarla en blanco. Nunca puedo dejar de pensar.
Soy agotadora, sobre todo para mí misma y quienes por fuerza tienen que sufrirme día a día.
No estoy hecha de colores, soy una escala de grises.
Soy un tornado a ratos, un fantasmas los más de ellos.
Soy mi peor enemiga pero completamente inofensiva para los demás.

Sea lo que sea lo que soy, no me parezco en nada al tipo de persona que alguien querría tener en su vida.
Aléjate de mí. Sé que al final tú tampoco podrás domarme. Sé que al final tú también me harás daño.

jueves, 27 de diciembre de 2012

¿Y si es tan sólo amor?

Duele.
Cuando me rozas la piel, me duele. Y eso no es buena señal.
Cuando tú me tocas, cada yema de tus dedos traza un camino de fuego sobre mi piel.
Me prendes desde fuera una llama que explosiona en el interior. Algo me duele en el pecho, algo que se desliza hasta mis órganos propinándoles bocados de diverso tipo y tamaño, pequeños mordisqueos afilados, grandes bocados desgarradores.
Entonces pierdo el conocimiento, la parte racional de mi cerebro se desconecta y no puedo pensar, esa implosión me devora por dentro.
No puedo hablarte, mi cabeza no es capaz de conectar la parte del habla, no puedo tejer dos pensamientos seguidos, no puedo pensar. Tú sólo me dejas sentir.
Todas esas cosas que no puedo decirte, que no me siento con derecho a decirte, empiezan a golpearme, a quemarme y a morderme también las entrañas. Y me duele, me estruja, me agota, me desespera.
Y mientras tú sigues con tu juego, como siempre has hecho. Contigo siempre he tenido que jugar aunque no haya querido.
Todo sigue igual, tú eliges el cómo, el cuándo, el dónde y a qué. Pero este juego es mucho menos inofensivo que los de antaño. Ahora no está en juego romper un jarrón o la figurita de un cervatillo. Nos jugamos mi vida. Yo, con toda mi poca cabeza y mi tendencia inata a complicarme la vida, decidí que apostarme la vida en una partida de cartas no era tan mala idea. Pensé que podría rehacerla, como tantas veces la he rehecho en el pasado.
No pensé, no calibré bien las consecuencias. A decir verdad yo nunca pensé que pudiera ganar. Jamás se me pasó por la imaginación contemplar esta posibilidad, al fin y al cabo estoy acostumbrada a ser yo quien pierde siempre.
Tal vez por eso lo dejé correr, porque soy autodestructiva, porque pensaba que me merecía volver a pasar por esto. Y ahora que las cosas se me van de las manos me doy cuenta de que se ha dado la situación que menos esperaba de todas. Y aún así eres tú quien me tiene entre sus manos. Qué ironía, ¿no crees?

Tus manos. Juntar la palma de la mía con la tuya, rozar las yemas de tus dedos con las mías me parece mucho más íntimo que cualquier otra actividad de cama.
Recuerdo juntar mi mano estirada contra la tuya y quedarme mirándolas, juntas, la tuya más grande, más recia. Y pensar cuántos cuerpos habías tocado antes, cuántas manos habrías sujetado antes de la mía. Recuerdo intentar grabar la imagen de nuestras manos juntas a fuego en mi mente.
Siempre trato de recordarlo todo. Me empeño obsesivamente en analizar cada célula de tu cuerpo. Porque quiero, cuando no estás, poder rehacerte entero en mi mente.
Quiero poder sentir el tacto de tu piel en mis manos, quiero poder ver su color, ligeramente amarillo, sentir su temperatura.
Quiero poder dibujarte sin mirar la localización exacta de tus lunares en ningún mapa, quiero poder ver nitidamente tus ojos cuando cierro los míos, quiero poder olerte aún cuando la punta de mi nariz no esté rozando tu cuello, quiero tener tu sabor en la boca.
Deseo desesperadamente poder recrearte milímetro a milímetro, no quiero que nadie pueda moldearte en su imaginación mejor que yo.

Pero tú no sabes en lo que estoy pensando, sospecho que no tienes ni la más remota idea de cuánto me duele cada vez que deslizas tus manos por mi cuerpo, cómo vas calentándome la sangre por dentro a la vez que me tocas, la llevas a ebullición y entonces, cuando toda yo soy burbujeo a alta temperatura, mordiscos en las vísceras, llamas, fiebre y miedo, entonces ya no puedo mirarte a los ojos.
Mirar a alguien a los ojos en esas circunstancias es también mucho más íntimo que cualquier otra cosa. No puedes disfrazar tu mirada, no puedes cubrirla con el velo de la indiferencia, del control, de la nada. Tu mirada habla por ti, tu mirada te delata y yo no quiero que la mía te diga nada. No quiero que puedas leerme por dentro, no quiero que veas el desastre que has causado, que has llevado un volcán a su erupción más brutal. Cuando miras a alguien a los ojos así y en ese momento, le estás diciendo a esa persona que la amas. Aunque sea por un momento, por una fracción de segundo, esa implosión de sentimientos es tan sólo amor.

No, no me pidas que te hable. No me pidas que te mire a los ojos. No me pidas que reaccione porque no puedo. Déjame sentir. Porque tenemos todo el tiempo del mundo para mirarnos y para hablarnos. Pero para sentirte... para sentirte a mí siempre me acaba faltando tiempo.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Dios escribe recto con renglones torcidos / Deus ex maquina.

Paradojicamente nunca he estado más cerca de Dios que en aquella época, en aquél lugar que es donde menos espera uno ver la mano de Dios.

Y en cambio fue cuando más claramente lo vi, cuando más segura estuve de su existencia.

Todo esto es para decirte que cuando menos lo esperes será cuando Dios se te muestre.

Allí, en aquél ambiente frío, aséptico, en aquellos vastos pasillos, todos vestidos de blanco, de gris, de azul y de verde, alumbrados por la luz artificial de los neones, de los cuadros para ver radiografías e imágenes para diagnóstico, brillaba mucho más fuerte otra luz: la del amor.

De ella lo aprendí. De su bondad, de su infinita paciencia, de su empatía con los pacientes.
De todos ellos, en realidad. Eran personal del hospital pero más importante todavía: personas en un hospital, luchando por quienes más lo necesitaban.

Allí estaba Dios: en las familias al pie de la cama del enfermo, día y noche. Llevándoles cuanto necesitasen para sentirse lo más cerca de casa posible: unos les llevaban a sus familiares sus sábanas de casa, su batín, sus zapatillas. Otros su cenicero preferido, el ambientador que usaban en casa. Quizás unas fotos, un libro. Algo, lo que sea que fuese importante para el paciente. Comida de casa. Dulces típicos del pueblo.

Y allí estaba Dios también, en nosotros. En mi compañera enfermera, nunca impasible ante el dolor, siempre cercana al paciente, siempre preocupada por él, con tanta empatía, tanto cariño, tantas ganas de aliviarlo.
En mi otro compañero, enfermero, que se negaba a dar por perdido a un paciente aunque estuviera moribundo y se afanaba en seguir tratándolo y medicándolo hasta que se muera es mi paciente y es mi deber ocuparme de él, no por el hecho de saber que no pasará de esta noche voy a dejar de luchar por él.
En mis compañeros auxiliares, celadores, que siempre tenían una sonrisa para ellos, una broma, un chiste, una palabra de consuelo, un gesto triste cuando alguno de ellos empeoraba.
Y supongo que en mí también. En lo mucho que me desesperaba ver el sufrimiento humano, incapaz de pensar en nada, por importante que fuese, cuando entraba por la puerta y me vestía de blanco: no existía nada más allá de la recepción, mi mundo, mi universo entero, era aquél hospital. Y sólo era capaz de pensar en lo que allí ocurría, no tenía cabeza para el peor de los exámenes, no sentía la más violenta de las jaquecas, ni el hambre por no haber tenido tiempo para comer antes de entrar, ni el dolor de piernas al cabo del turno, nada.

Por primera vez en mi vida me sentía en casa, en lugar en el que siempre, desde que tengo memoria, quise estar. En el lugar en el que me crié, entre gente vestida de blanco, material estéril, medicamentos, olor a desinfectante, a limpio.
Por primera vez me sentía útil. Estaba donde había que estar, a pie de cama. Ora medicando o haciendo una cura, ora cogiendo de la mano al paciente asustado que tiene miedo de la cirugía.

No podría nunca explicar el amor profundo y sincero que sentí por cada una de aquellas personas, de quienes a día de hoy aún lo recuerdo todo. No pocas veces me pregunto que habrá sido de ellos, cómo estarán.

Allí, en nuestro pequeño mundo, estaba Dios en cada rincón.
Dándonos la fuerza necesaria para no derrumbarnos cuando las cosas se ponían feas.
Dándonos mil ojos y mil manos para estar a todo y no dejar pasar el más mínimo detalle que esos turnos en los que todo parece estar patas arriba y haría falta un ejército blanco para mantener el orden.
Poniendo en nuestros labios una sonrisa, una palabra para quienes lo necesitaban.
Dios nos otorgaba siempre un minuto para hablar con quien precisaba de ser escuchado, por mal que estuviese el turno siempre podíamos pasar cinco minutos sosteniendo la mano de un paciente.

Ahí está Dios. En cada sonrisa nacida del fondo del corazón.
En cada abrazo, en cada apretón de manos.
En cada palabra, nunca vacía, siempre cargada de significado.
En cada lágrima, a escondidas en el baño del personal, cuando se nos había ido alguien a quien apreciábamos y que había luchado estoicamente contra una monstruosa enfermedad.

Recuerdo la primera vez que un paciente me dijo gracias. Me quedé atónita, no entendía por qué me daba las gracias él a mí si yo no había hecho nada.
La primera vez que un paciente me preguntó si podía darle la mano. Si podía darme un abrazo.
Esas cosas significan un mundo.
Sus parientes están enfermos, les faltan horas al día para trabajar, llevar la casa e ir a verlos pero aún así siempre tenían un detalle con nosotros: tomad, os he hecho un bizcocho para la hora del café; mirad, os he traído estos pasteles que hacen debajo de mi casa que están buenísimos; una carta de agradecimiento, una planta, a veces un dibujo.
¿Qué ganas tendría aquella mujer de ponerse a hacer un bizcocho al llegar a casa a las tantas, con su marido tan enfermo y pensando que a las seis de la mañana sonaba el despertador para ir a trabajar y aún le quedaba una lavadora por tender y los baños por hacer?
¿Qué ánimos tendría aquella otra de traernos pasteles cuando no sabía qué iba a pasar con su marido, cómo saldría de aquél hospital?
Y aún así ellos nos traían bombones, nos hacían dulces, nos daban las gracias, nos sonreían. Incluso nos preguntaban a nosotras (¡ellos a nosotras!) si alguna vez teníamos mala cara.

El vínculo que se establece entre los cuidadores y el paciente es una de las mayores muestras de la existencia de Dios: no hay vínculo consanguíneo y aún así ese paciente pasa a ser como tu padre o tu abuelo y su familia como tu propia familia.
Ellos preguntan por ti en tu día libre y tú preguntas por ellos si hablas con quien te está cubriendo el turno.
Cuidas de esa gente no ya con la eficacia que se espera de un trabajador, sino con el cariño y el mimo de la madre que cuida de su hijo enfermo.

Y en todas las cosas que no puedo ni debo contar es donde más vi la luz de Dios: en las cosas que ocurrían sin motivo ni razón ni explicación científica.
En la despedida de A., cuando contra toda explicación racional abrió los ojos, me abrazó, me acarició la cara y me dio las gracias justo antes de dormirse para siempre.
En la marcha de M., que desencadenó, pese al sol que hacía, una tormenta con aparato eléctrico en cuestión de segundos.
En la tarde con S., en sus lágrimas y su mirada llena de luz y esperanza, en la inmensa gratitud de los ojos y las manos de su madre.
En la mañana con M., en su abrazo fuerte y cálido, en sus palabras que nunca olvidaré, eres una gran xxx y por encima de eso eres una buena persona, ojala mi hija fuese como tú. ¿Cómo te quedas cuando un paciente te dice eso?
También en las historias de la paciente de la 017, en su olor preferido a lavanda, en su forma de cogerme la mano muy fuerte y mirarme fijamente a los ojos cuando la enfermera le hacía algo desagradable.
En la señora de la 008, tan enferma pero tan resignada, con tanta dignidad, tanta entereza, en la dulzura con la que sujetaba mis manos entre las suyas y recorría mi cara con ellas pues al ser invidente no tenía otro modo de hacerse una idea de cómo era quien la manoseaba, con sumo cariño pero palpándola al fin y al cabo, unos guantes de látex y una voz sin rostro.

En todos ellos, que tanto me dieron y tanto me enseñaron, encontré a Dios.
Entre toda esa misera, esa sordidez a veces, entre la muerte, el dolor y el sufrimiento, Dios nos daba un respiro: las curaciones, las risas, el amor inmenso que recibíamos, la inmerecida gratitud, los abrazos, los besos sinceros, los elogios sin duda exagerados.
A través de mis pacientes y de sus familiares, a través de algunos médicos y algunos enfermeros, auxiliares y celadores... encontré a Dios en su máximo exponente, en toda su magnificencia, en toda su bondad, todo su esplendor.
En aquél hospital Dios parecía querer hacerme ver que no era tan arbitrario como en ocasiones puede parecer, que sabe perfectamente lo que hace, que nos coloca a todos en un sitio u otro por una razón muy concreta y que de ello algo debemos de aprender. Que no se lleva a quienes llama a su lado por capricho, sino en ocasiones, como premio.

Yo pienso que si uno cree en Dios ha de creer también en el Diablo. Es lo justo. No se puede creer en el blanco si no se cree en el negro pues son las dos caras de una misma moneda. Creer en lo uno conlleva creer en lo otro, es lo lógico. No se puede creer en el día si no se cree en la noche pues el día es la consecuencia natural de la noche, es su antagonista.
Personalmente creo en él porque mucho antes de ver a Dios lo vi a él. De modo que sé que existe, estoy tan segura de ello como de que hay noche y hay día.
No todo lo malo que ocurre en el mundo hay que atribuírselo a Dios. Hay cosas tras las cuales no está su mano sino la del Diablo.
En el hambre, la enfermedad, la locura, la maldad, el miedo... hay está oculto el Demonio, no Dios.
Dios es quien te lleva a su lado cuando ya nada se puede hacer por tu cuerpo, cuando el otro ha ganado la batalla que se desarrollaba en él y no hay solución posible.
Dios es quien lucha contigo con todas sus fuerzas para que el otro no gane y superes esa enfermedad. Y cuando no habéis podido con ella, él te lleva a su lado poniendo fin a tu sufrimiento y al de quienes te aman.

Es injusto atribuirle todo el mérito a él, de lo bueno y de lo malo.

También vi al Diablo en el hospital, por supuesto que sí. En el miedo a la muerte, en los dolores, en la desesperación. Pero aún así primó Dios por medio de la mano del hombre, Deus ex maquina, en forma de amor, de apoyo, de medicinas al alcance de quien las necesita, de todo ese equipo humano y profesional maravilloso que me enseñó lo que era esa profesión más allá de los fármacos y las técnicas: la empatía, el cariño, el cuidado, la lucha incansable.

Es ella, temporalmente, la conciencia para el inconsciente; el apego a la vida para el suicida, la pierna para el amputado; los ojos para quien acaba de perder la vista; un medio de locomoción para el recién nacido; el conocimiento y la confianza para la joven madre; la voz de los que están demasiado débiles para hablar o se niegan a hacerlo y así sucesivamente.
Virginia Henderson, enfermera.

Nosotros seremos, en definitiva, la mano de Dios en la tierra.

Orgullo de profesión: Amante del ser vivo y de la vida, instrumento de Dios.




Aunque nunca lo leeréis, todavía tengo pendiente ir a veros y daros las GRACIAS por hacerme recuperar la fe en el ser humano, por todas las valiosas lecciones que con tiempo, paciencia y cariño me transmitisteis para que yo pudiera algún día llegar a ser, si no tan grande como vosotros, al menos la mitad.
Nunca, nunca, nunca os olvidaré. GRACIAS POR TODO, sois sin duda alguna, LOS MEJORES, A., F., JC., M., J., AP., S.


Señor, dame la serenidad de aceptar las cosas que no puedo cambiar;
Valor para cambiar las cosas que puedo y sabiduría para conocer la diferencia.




Recuerda que Dios jamás te dará una carga superior a la que puedas soportar, sea lo que sea lo que ahora esté sucediendo o suceda en tu vida, por duro que sea, si te está ocurriendo es porque Dios sabe que podrás superarlo y que algo aprenderás de ello.