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miércoles, 10 de octubre de 2012

Con la esperanza de que muy pronto se repita y estemos todos los que somos :)

Hace muchos, muchos años que no describo una noche.
En realidad es harto complicado describir una concatenación de risas, de absurdeces y en suma, de felicidad.
Pero te prometí hacerlo y aunque tengo por costumbre no cumplir mis promesas jamás, lo cierto es que lo que prometo en esa familia he intentado siempre cumplirlo.

Supongo que las cosas comenzaron cuando, nada más soltar la maleta (miento, la maleta la subió El Supremo, yo subí unas bolsas de viaje) abrí la ventana y asomé el cabestrill (ya sabes, con resorte como el del ajapush) y te llamé.
Ahí Xana se puso a hacer la loca y como no salías decidí esperar recuperando el aliento y bebiendo algo. Respirar y no broncoaspirarse absurdamente siempre fue importante.

Al fin apareciste: ¡una queri siniestra!, me dijiste. Supongo que los pelos de Niña de The Ring a contraluz causaban ese efecto, sí.

Tras largas deliberaciones sobre qué cenar y hacer las camas, bajamos a por sendos kebabs poniéndonos al día de ciertos fúnebres acontecimientos.
Entonces ocurrió lo inenarrable, no son cosas que se deban de contar por aquí.

Charla y risa, risa y charla esperando la comida.

Volvimos a casa y empezó tu habitual abrume con los utensilios de cocina: un plato, luego otro, espérate que me faltan vasos, no sé si beber cerveza o vino...

Allí comenzamos con más pena que gloria a intentar comer el rollito, tarea sumamente complicada cuando no puedes cesar de reír incontroladamente y una perra loca sube y baja, eufórica, intentando cazar algo de lo que hay sobre la mesa.

Yo insistía en que estaba haciendo prácticas al meterme aquello en la boca, parecía que estuviese entrenándome para hacer un bukkake o algo parecido, los carrillos hinchados cual ardilla que se ha escondido cantidades ingentes de pipas en los mofletes para resistir al duro invierno. Salsa chorreando por las comisuras de la boca, un trozo de pepino colgando, las manos pringosas de un líquido blanco... y el móvil sonando, primero un novio, luego el otro, que parecen tener el don de la oportunidad.

En esas estábamos cuando El Moco llamó a la puerta y nos pilló concluyendo la debacle del exótico rollito.

Aquí empezó una sarta de lamentos sobre lo injusto que era que Xana que se comiese los restos: ella no sabe apreciar esa salsa, esa mezcla de texturas. Eso es, amigo mío, lo que tiene llegar siempre tarde, que te pierdes todo lo bueno... y llegas a lo malo.

Tras varias idas y venidas a la cocina (déjame a mí que lleve los platos, ¡ay querida, me abrumo, tú déjame a mí!) te presentas con una botella de un color verduzco, similar al de los productos de limpieza del hogar al aroma de pino.

El detalle es que el líquido de la muerte estaba congelado tras horas y horas olvidado en el congelador.
Las mentes se ponen en marcha intentando llegar a una solución hasta que finalmente la del baño maría resulta ser la elegida.
El Moco, con sumo cuidado, comienza a bañar a la botella con agua con cuidado, casi diría que con ternura, como se baña a un bebé recién nacido, con extrema delicadeza.
Por supuesto la maniobra resulta infructuosa por lo que pone la botella a cocer en una olla con agua.
Te retiras, nosotros vigilamos a la botella.

- ¿Qué es lo peor que puede pasar?, pregunto.

- Que explote, responde él como si nada.

En este punto El Moco pone la tapa de la olla delante de la botella ante mi atónita mirada.

- A ver, si estalla, mejor que nos dé la tapa en la cara a que nos salten cristales.

- Bueno, cierto es, si estalla y nos viene la tapa encima, pon la cara. A ti que te haga la rinoplastia y a mí la ortodoncia.

Tras unos minutos al fuego, parece que el brebaje ha alcanzado cierto estado líquido que lo convierte en bebible y nos damos por satisfechos.

Aquí empezamos a preparar El Zen y es que El Moco es muy de zen, él para estar cómodo necesita una superficie blandita sobre la que apalancarse y una vela, de ahí en adelante ya todo marcha sobre ruedas: se apagan las luces y se prende una vela blanca, el zen está con nosotros (y con nuestro espíritu).

Un alto en el camino para reparar en las flores secas que reposan sobre la mesita auxiliar blanca. Recuerdos. Tristeza, supongo. Te ordeno que te animes, no sé queri, no puedo, ¡hazme reír tú!Difícil hacer reír a alguien cuando no dispongo más que de unas flores secas y una pinza del pelo. Bueno, me disfrazaré de Martirio, por qué no. Flor en lo alto, gafas tipo Matrix y obviamente, una foto. S., ¡esto no lo subas al Facebook, eh, esto es pal' álbum familiar!. No te prometo nada por toda respuesta. Se mascaba la tragedia que al día siguiente se materializó en forma de infame foto en mi muro.

Finalmente nos dispusimos a brindar por la memoria de L., por él, esté donde esté.
Acercamos los vasitos a nuestros labios y un olor a mezcla de Clorhexidina y algún otro fármaco que no acierto a ubicar nos echa para atrás.

¡¡¡Puagh!!!, suelta El Moco, rompiendo el silencio y la solemnidad del momento. Obviamente, ataque de risa. Ese puagh fue la cosa más graciosa que he oído en meses. Fue de una espontaneidad y una seriedad que hacen que casi me asfixie de risa.
Así es El Moco, supongo. De pronto, sin mediar palabra, se levanta del sillón y sale al balcón, a que me dé el aire. Está callado y quieto y sin venir a cuento rompe el silencio con una sonora onomatopeya salida de lo más profundo de su alma.
Todavía recuerdo aquella primera tarde en el coche, camino de casa de A., cuando nos contabas que S. le había dicho a M. que eras una maravilla de mujer. El Moco, hasta entonces silencioso, se gira y tras mirarte de arriba a abajo espeta impasible: maravilla de mujer, ¿por qué no llevas el cinturón puesto?
Esas son las cosas suyas que nos encantan, supongo, esos puntazos.

- ¡Pobrecico! Tanto esfuerzo para bebérselo, se creía que iba a ser algo buenísimo ¡y se encuentra con esto...!, dijiste, no sin razón, por otro lado.


Intentamos en repetidas ocasiones dar un sorbo al brebaje así como acertar a dar a qué medicamento olía pero en cambio, El Moco sólo pudo mirar dónde se había fabricado el limpia suelos y sacar un nombre: Trinidad.

- Ya sabes S., mañana llamas a Trinidad y le preguntas si esto está malo o es que lo ha hecho así de repugnante a propósito.

Nadie era capaz de enfrentarse al líquido verduzco. Nadie salvo ella, que a nada le teme y a todo le ladra: Xana.

Inesperadamente trepa sobre el sofá y pasa de mis piernas a las de El Moco y comienza a lamer el contenido de su chupito.

Nuevamente ataque de risa, ¡nadie sino una perra loca podría beber semejante cosa!

No recuerdo qué ocurrió después, creo que nos fuimos.

Me decepciona narrar esto así pero las descripciones nunca fueron mi fuerte (creo que por culpa de Balzac) y dificilmente creo que se puede describir un sentimiento a través de unas pocas líneas. ¿Cómo describir la tranquilidad, la confianza, la felicidad, cómo describir.. a la familia? No creo que se pueda, al menos yo no.

Pero lo he intentado, con la esperanza de que al leer esto tus labios esbocen una sonrisilla y de que estos recuerdos te reconforten cuando te sientas sola, que el saber que momentos así volverán muy pronto a repetirse te mantenga en la brecha.

Ahora, una cosa sí te digo: los pastelazos, las peleas a Dan Up-azo limpio, los lavados de cabeza a media noche etc, los dejo para otro día...

... porque os tengo que confesar que no es narrarlos lo que me gusta. Lo que más me gusta de todo... es vivirlos.

Tiíca, primico.. GRACIAS. Os quiero.









2 comentarios:

  1. Eres tremendísima...
    Me has hecho reír, enternecerme, casi llorar....cuánta belleza! Cuán bien empleado el vocabulario que tanto adoro! Qué bien calas todo...GRACIAS, QUERIDIIIIL!!! Se te adora.

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  2. Si me animo y recuerdo narro también la noche siguiente que entre los chupitos de lejía para El Moco, el pastelazo, la regada con Dan Up, tus relatos y tus dibujos etc, tiene también bastante tela...

    Me alegro de que te haya gustado, queri :)

    ¡Cuánto te puedo echar de menos...! :(

    Love you <3

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