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viernes, 2 de noviembre de 2012

Y me echas a mí la culpa.

Me pesa el corazón.
Me pesa el alma.
Me pesa la cabeza.
Hasta el último de mis cabellos, me pesa.

Me pesa lo que hice.
Me pesa lo que no pensé.
Me pesa lo que no controlé.
Me pesan todas y cada una de las cosas que me dices.
Me pesan todas y cada una de las cosas que te digo.

Me pesa la máscara, la máscara que no me deja ver bien, que no me deja respirar bien y se me pega a la piel como una espesa capa de lava que me abrasa.

Me pesan las lágrimas que se esconden detrás, que me asfixian de puertas para dentro, que me consumen los ojos, las ganas.

Me queman en la garganta las cosas que te digo, tanto como las cosas que no puedo decirte.
Me queman en los antebrazos los abrazos que no puedo darte, en los labios me laten los besos que no puedo robarte.
Me quema la piel por debajo de impotencia, de rabia.
Me queman los ojos cuando te veo, cuando no te veo.

Me pesas en cada parte de mi conciencia, me quemas en cada parte de mi cuerpo, me ahogas, me estrujas, me haces sudar, me haces perder la razón, me haces ser alguien que no quiero ser, me desesperas, me llenas y me vacías, me alejas y me apartas, me tienes y me dejas escurrirme entre tus dedos como arena de una playa estéril.

Me pesa el corazón.
Me pesa el alma.
Me pesa la cabeza.
Hasta el último de mis cabellos, me pesa.

Me pesas tú cuando no estás. Y es que tú nunca estás.

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