- Quedamos en que me dejarías a mí tomar el control.
- No es tan fácil.
- Sí es tan fácil si me dejas a mí. Si de repente me apartas violentamente y te vuelves a poner al mando, empiezas a hacer las cosas difíciles tú.
- Todo acto tiene sus consecuencias.
- Y ¿desde cuándo concretamente nos importa eso a nosotras?
- Desde que dejamos de tener dieciséis años.
- ¿Te recuerdo las veces que, desde que dejamos de tener dieciséis años nos hemos pasado las consecuencias por el Arco del Triunfo?
- Y así nos ha lucido el pelo de bien.
- Porque yo no puedo hacerme cargo de todo, yo me ocupo de esto, no de todo el resto, de eso has de ocuparte tú.
- No sé ocuparme del resto.
- Ni de esto tampoco. Pero yo sí. Así que déjame hacer a mí.
- No tengo claro que quiera que te ocupes de ello.
Amanda da un trago a su Red Bull y apaga su cigarro:
- Para eso, querida mía, ya es muy tarde. Yo ya lo he empezado. Y algo me dice -y las dos lo sabemos- que tú no vas a saber terminarlo.
- Haré lo que pueda.
- Te hará daño.
- Lo sé.
- Ese es tu problema: me dejas a mí empezar las cosas pero a mitad de camino te entra el pánico, me apartas y lo paras. Y te hacen daño. Te hacen daño porque tú no sabes manejar estas situaciones.
- Algún día tendré que aprender.
- Tú nunca aprendes.
Y en eso Amanda tiene razón. Yo nunca aprendo.
- No es tan fácil.
- Sí es tan fácil si me dejas a mí. Si de repente me apartas violentamente y te vuelves a poner al mando, empiezas a hacer las cosas difíciles tú.
- Todo acto tiene sus consecuencias.
- Y ¿desde cuándo concretamente nos importa eso a nosotras?
- Desde que dejamos de tener dieciséis años.
- ¿Te recuerdo las veces que, desde que dejamos de tener dieciséis años nos hemos pasado las consecuencias por el Arco del Triunfo?
- Y así nos ha lucido el pelo de bien.
- Porque yo no puedo hacerme cargo de todo, yo me ocupo de esto, no de todo el resto, de eso has de ocuparte tú.
- No sé ocuparme del resto.
- Ni de esto tampoco. Pero yo sí. Así que déjame hacer a mí.
- No tengo claro que quiera que te ocupes de ello.
Amanda da un trago a su Red Bull y apaga su cigarro:
- Para eso, querida mía, ya es muy tarde. Yo ya lo he empezado. Y algo me dice -y las dos lo sabemos- que tú no vas a saber terminarlo.
- Haré lo que pueda.
- Te hará daño.
- Lo sé.
- Ese es tu problema: me dejas a mí empezar las cosas pero a mitad de camino te entra el pánico, me apartas y lo paras. Y te hacen daño. Te hacen daño porque tú no sabes manejar estas situaciones.
- Algún día tendré que aprender.
- Tú nunca aprendes.
Y en eso Amanda tiene razón. Yo nunca aprendo.
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