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jueves, 29 de septiembre de 2011

Soufflé de raspa de pez cáctus al aroma del concentrado de glamelia y notas aromáticas de Rosa del desierto de Jericó en primavera.

Comentábamos ya hace semanas con una amiga, que no por estar en una relación vas a dejar de poder mirar la carta de otros restaurantes.
En fin, yo tengo mi idea a este respecto que podréis consultar en el post llamado 'Sé infiel y no mires con quien'.

En cualquier caso yo pienso, que hablando de cartas de restaurantes etc., los hombres son como la nouvelle cuisine: nunca sabes que se esconde en realidad tras el nombre de un plato.
Me agobia un poco comer en restaurantes de este tipo cuando no los conozco, la primera vez que pido un plato lo espero con miedo, con reticencia, sabiendo que puede ser un gran triunfo o un gran fracaso, que puede encantarme u horrorizarme.
Y es que a saber qué se esconde en el plato del título de mi post. ¿Soufflé de raspa de pez? ¿Cómo se saca un soufflé de la raspa de un pez? Y ¿qué carajo es un pez cáctus que eso seguro que no sale ni en los documentales de La 2? (Que ya es decir, porque mira que sacan cosas raras en esos documentales...)
Y el aroma de concentrado... ¿mande? O sea, ¿que huele que te perfuma el restaurante entero cual perfume denso, espeso y condensado de señora mayor adinerada? La glamelia ¿qué carajo e lo que e eso? Por no hablar de las notas de Rosa de Jericó, que no sé si te dibujarán una fusa, una semifusa y una corchea con la flor o qué. Tampoco sé por qué la flor tiene que ser recogida en primavera, si se supone que viene del desierto y allí me parece que nevar lo que se dice nevar, no nieva. Ya lo dice la canción 'Snow on the Sahara'.
Luego te llega el plato y es una rodajita de algo diminuto y amarillo con una salsilla azúl, un sombrerito amarillo que supones que con suerte será hojaldre, unas ramas de lo que parecen ser las raíces de la flor y una cosa que bien pudiera ser una flor, una fruta o el comodín de la llamada.
Y lo pruebas y sabe a gominola de tiburón con mantequilla. Y puede estar buenísimo o no. Pero vamos, que ni sabes lo que estás comiendo, ni lo que has pedido ni lo que te traerán después.
Pues así son los hombres. Pueden sonar bien, mal o simplemente confusos, esperas el plato como con revinimiento interior y cuando te lo sirven te quedas con cara de ¿ein? Y al probarlo puede estar buenísimo o ser incomible.
Y la cosa es que en un restaurante no sólo pides un plato, hay entrantes, plato principal, postre, cafés (aquí gracias al cielo no hay mucho lugar para la creatividad y por tanto los desastres), etc.
Así que te pasas la comida entera acongojada, tensa, con una mueca como de terror, como en tensión a la espera de que en cualquier momento te caiga el zambombazo (y no sólo el de la cuenta) en la cabeza.
Y así son los hombres y las relaciones con ellos: una comida en un restaurante de nouvelle cuisine.
Y oye, si la comida te sale buena vale la pena el clavazo final del desfile de billetitos verdes, amarillos y lilas. Pero es que si encima te pasa como a mí la última vez que fui a un restaurante de éstos que me pasé la noche rezando de rodillas delante de la taza del wáter pues ya, apaga y vamonos.

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