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viernes, 10 de agosto de 2012

Volveremos a vernos.

Estaba yo teniendo un momento remember de estos que a veces me dan y por medio de un par de canciones han venido a mi memoria, como por arte de magia, un millón de recuerdos especiales.

Las primeras noches de marcha, el ritual de arreglarnos, de si iba a parecer que teníamos la edad para entrar en el sitio...

De Attico lo recuerdo todo, a Tony, el barman y sus chupitos asesinos, el dj, la barra en forma cuadrada, las luces, rosas y azules, en el punto de la pared que casa con el techo, una cucaracha muerta en el wc de las chicas y salir corriendo despavoridas.. El ganao, el comienzo del Bakaleo, ellos con el pelo engominado y La U, más feos todos que pegarle a un padre con un calcetín sudao un Domingo en misa..
Recuerdo a V. y la grima que me daba, recuerdo la diana de la pared... Todo.
Qué cortas eran entonces las noches, qué poco bastaba para hacernos felices.
Y qué dramas, eso también os lo digo. Me gusta Menganito, con el cual no he cruzado dos palabras en mi vida pero lo amo locamente y a ver si esta noche viene y le veo. Y Menganito llega con la guarrilla de turno y crísis y miradas y te enteras de que la guarrilla es su prima y respiras aliviada pero entonces aparece otra y lo besa en los morros (le mete la lengua hasta la campanilla y le hace el molinillo durante veinte minutos, vamos) y hala crísis otra vez y vamos al baño, y vamos a ver a Tony y vuelta a subir y resulta que esa tía es la ex de Menganito, que ella quiere volver con él pero él con ella no y entonces claro, hay esperanza de nuevo. Un sinvivir.

Aquellas primeras noches dieron paso al Mascarón, El Macarrón para los amigos. Otro sitio del cual lo recuerdo todo. Al camarero rubio, gay y majo como él solo. Al moreno, que como éramos asiduas terminaba invitándonos siempre a alguna copa y tomándose con nosotras un chupito.
La consabida diana, que no entiendo yo por qué había una diana en cada garito en aquella época si a lo que menos íbamos era a jugar a nada, al menos no a ese tipo de diana.
Y la música, qué temazos en El Macarrón, señores. Subidón tras otro, un no parar.
Y cállate que de El Macarrón salió El Poderoso, la noche después de las Hogueras, que en aquella época éramos jóvenes y aguantábamos la semana de las Hogueras y más, aún nos daba la vida para salir cuando se acababan.

Que las Hogueras eran otra historia. Tardes con mi mejor amiga buscando en El Todo a Twenty los complementos necesarios: horquillas en cantidades masivas para sujetar el pelo, a ser posible de colores poco discretos, había reconocerse por las horquillas a varios kilómetros vista.
Encontrarse era otra que tal, quedabas en la barraca y te encontrabas a media ciudad antes de encontrar a quien buscabas.
Y allí pasaba de todo: amores, desamores, agarrones de los pelos, peleas, bailoteos.. Qué nos cundía a nosotras una Hoguera, oiga.
Y siempre invariablemente terminábamos las dos en la playa viendo amanecer. Y siempre invariablemente ella quería una empanadilla de las de Fer y se iba al puesto de churros a ver si encontraba empanadillas pero claro, allí sólo había churros. Y tras varios viajes se decidía por unos churros porque el hambre yonki es lo que tiene y a falta de empanadillas de las de Fer, buenos serán churros.
Conversaciones filosóficas tras una noche de marcha, viendo amanecer en la playa, comiendo churros. Qué bien se nos ha dado siempre encontrar un sitio Zen y ponernos a filosofar durante horas. Y cómo lo echo de menos.
Luego volver a casa, playa, siesta y otra vez en marcha. Yo cuando volvía a la ciudad creo que dormía una semana seguida para recuperar todo aquello. Así estábamos, como palillos, en aquella época no hacían falta anticelulíticos ni gimnasios...

Luego ya llegó El Crepal, que era el lugar de los gabinetes de crísis donde debatíamos el estado de la Nación.
Que El Crepal ha tenido luego mucho éxito pero os diré que lo descubrimos nosotras una tarde, llevaba poco abierto y no había ni Perry, todavía la recuerdo asomando la cabecilla por la puerta y preguntando si además de estudio fotográfico allí se podía tomar un café de normal.
Tardes que acababan en noches fumando como carreteras arreglando el mundo en El Crepal. Aquello ya era más tranquilo pero en cualquier caso luego subíamos a arreglarnos a casa y vuelta al fiesteo. Pero aquella fue la época Central, que a mí me llamaba más bien poquito. Ahí yo ya me desconecté de todo aquello porque a mí el rollo Central me daba mucho mal ídem.

Qué lejos en el tiempo ha quedado todo aquello. La vida pasa muy deprisa, no te das cuentas pero es así. Si en alguno de aquellos amaneceres alguien nos hubiera dicho que no siempre tendríamos quince años y las vueltas que la vida iba a dar (y lo rápido que las daría) no le habríamos creído.
Pensábamos que siempre seríamos jóvenes, que siempre nos quedarían esas noches, Attico, El Macarrón, las Hogueras, los amaneceres en la playa sin preocupación ninguna.
Pero poco a poco cada una fuimos haciendo nuestra vida y aquí nos tienes. Una ya casada viviendo del otro lado del mundo, otras dos con pareja estable desde hace décadas, yo perdida en medio del caos y de mi propia vida como no lo había estado en aquella época que es cuando tocaba (yo siempre soy mucho de hacer las cosas a destiempo). Pero bueno, pasado todo aquello también y con una vida de lo más tranquila, en una especie de matrimonio extraño con mi novio que casi nadie comprende pero es el que es y nos hace felices a ambos así que lo que opinen los demás está de más.

Pero pase lo que pase nadie nos puede quitar aquello, lo que vivimos, lo que fuimos, lo que compartimos. Los recuerdos.
Y es bonito al cabo de tanto tiempo recordarlo y ver que por muchas cosas que hayan ocurrido aquí seguimos, tal vez no todas pero sí las mejores.

Nadie me puede quitar a mi amiga, ni un océano. Y nadie me puede quitar los amaneceres en la playa, en esa playa. Porque siempre he tenido la sensación de que pase lo que pase todo empieza y termina siempre en esa playa.

Y en esa playa volveremos a vernos. Siempre.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Fastern your seat belts.

Esperarán que actualices el blog con asiduidad, me dijo. Pues lo llevan crudo.

A mí eso de ser constante se me da fatal. Me agobia la rutina y me agobian las obligaciones. Y lo que más me agobia de todo es saber que tengo escribir pero no tener ni idea de sobre qué.

Se dice que cuando mejor escribe uno es cuando está jodido. No lo voy a negar. Pasas por una mala racha -si es sentimental ya lo has clavao- y se te agolpan en las yemas de los dedos las cosas sobre las que escribir. Estás bien y se acabó lo que se daba, ni una sola idea en la mente.

No es que yo esté en mi mejor momento ahora, nada más lejos. Pero tengo el piloto automático conectado. Así me va, por otro lado.
Cuando conecto el autopilot dejo de pensar. Vivo y me dejo llevar. Me dejo llevar, me dejo llevar... Tú me das la mano y yo la cojo y te sigo, sé que me meterás en un lío, sé que esto no puede acabar bien... pero no estoy pensando, ahora no puedo pensar. De modo que sencillamente dejo que me agarres por la muñeca y me lleves donde quieras. Lo de menos es el sitio, tú mandas.

No siento nada. No hago nada. Te dejo a ti.

Pero algún día tendré que volver. Para aterrizar hay que tomar los mandos, el avión no aterriza solo. Miedo me da lo que vaya a pasar cuando tenga que volver a sentarme en la cabina, abrir los ojos y ponerme yo al mando.
O no. En realidad ahora mismo no me da miedo porque como ya te he dicho, no estoy pensando, no estoy sintiendo. Me he desentendido de mí misma y sigo tu estela.

Lo que pasa es que puede que las cosas no sean tan bonitas como te las pintan. O como tú las recuerdas, si es que recuerdas algo, que tampoco lo tengo claro. Lo que pasa es que puede que haya algún imprevisto mientras el avión se mantiene solo y que acabemos estrellándonos.
Lo que pasa es que verás, yo casi siempre me estrello. Y me estrello sola, nadie cae conmigo.

No sé qué rumbo ha tomado este avión, no sé si llevo paracaídas, no sé dónde voy a caer si es que caigo.

Tal vez debiera de aterrizar ahora que aún estoy a tiempo.

Lo que pasa es que eso sería demasiado fácil y yo nunca escojo el camino fácil.


... Y así me va, por otro lado.

lunes, 6 de agosto de 2012

And so she's lost control. Again.

- Quedamos en que me dejarías a mí tomar el control.

- No es tan fácil.

- Sí es tan fácil si me dejas a mí. Si de repente me apartas violentamente y te vuelves a poner al mando, empiezas a hacer las cosas difíciles tú.

- Todo acto tiene sus consecuencias.

- Y ¿desde cuándo concretamente nos importa eso a nosotras?

- Desde que dejamos de tener dieciséis años.

- ¿Te recuerdo las veces que, desde que dejamos de tener dieciséis años nos hemos pasado las consecuencias por el Arco del Triunfo?

- Y así nos ha lucido el pelo de bien.

- Porque yo no puedo hacerme cargo de todo, yo me ocupo de esto, no de todo el resto, de eso has de ocuparte tú.

- No sé ocuparme del resto.

- Ni de esto tampoco. Pero yo sí. Así que déjame hacer a mí.

- No tengo claro que quiera que te ocupes de ello.


Amanda da un trago a su Red Bull y apaga su cigarro:


- Para eso, querida mía, ya es muy tarde. Yo ya lo he empezado. Y algo me dice -y las dos lo sabemos- que tú no vas a saber terminarlo.

- Haré lo que pueda.

- Te hará daño.

- Lo sé.

- Ese es tu problema: me dejas a mí empezar las cosas pero a mitad de camino te entra el pánico, me apartas y lo paras. Y te hacen daño. Te hacen daño porque tú no sabes manejar estas situaciones.

- Algún día tendré que aprender.

- Tú nunca aprendes.


Y en eso Amanda tiene razón. Yo nunca aprendo.