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jueves, 29 de septiembre de 2011

Soufflé de raspa de pez cáctus al aroma del concentrado de glamelia y notas aromáticas de Rosa del desierto de Jericó en primavera.

Comentábamos ya hace semanas con una amiga, que no por estar en una relación vas a dejar de poder mirar la carta de otros restaurantes.
En fin, yo tengo mi idea a este respecto que podréis consultar en el post llamado 'Sé infiel y no mires con quien'.

En cualquier caso yo pienso, que hablando de cartas de restaurantes etc., los hombres son como la nouvelle cuisine: nunca sabes que se esconde en realidad tras el nombre de un plato.
Me agobia un poco comer en restaurantes de este tipo cuando no los conozco, la primera vez que pido un plato lo espero con miedo, con reticencia, sabiendo que puede ser un gran triunfo o un gran fracaso, que puede encantarme u horrorizarme.
Y es que a saber qué se esconde en el plato del título de mi post. ¿Soufflé de raspa de pez? ¿Cómo se saca un soufflé de la raspa de un pez? Y ¿qué carajo es un pez cáctus que eso seguro que no sale ni en los documentales de La 2? (Que ya es decir, porque mira que sacan cosas raras en esos documentales...)
Y el aroma de concentrado... ¿mande? O sea, ¿que huele que te perfuma el restaurante entero cual perfume denso, espeso y condensado de señora mayor adinerada? La glamelia ¿qué carajo e lo que e eso? Por no hablar de las notas de Rosa de Jericó, que no sé si te dibujarán una fusa, una semifusa y una corchea con la flor o qué. Tampoco sé por qué la flor tiene que ser recogida en primavera, si se supone que viene del desierto y allí me parece que nevar lo que se dice nevar, no nieva. Ya lo dice la canción 'Snow on the Sahara'.
Luego te llega el plato y es una rodajita de algo diminuto y amarillo con una salsilla azúl, un sombrerito amarillo que supones que con suerte será hojaldre, unas ramas de lo que parecen ser las raíces de la flor y una cosa que bien pudiera ser una flor, una fruta o el comodín de la llamada.
Y lo pruebas y sabe a gominola de tiburón con mantequilla. Y puede estar buenísimo o no. Pero vamos, que ni sabes lo que estás comiendo, ni lo que has pedido ni lo que te traerán después.
Pues así son los hombres. Pueden sonar bien, mal o simplemente confusos, esperas el plato como con revinimiento interior y cuando te lo sirven te quedas con cara de ¿ein? Y al probarlo puede estar buenísimo o ser incomible.
Y la cosa es que en un restaurante no sólo pides un plato, hay entrantes, plato principal, postre, cafés (aquí gracias al cielo no hay mucho lugar para la creatividad y por tanto los desastres), etc.
Así que te pasas la comida entera acongojada, tensa, con una mueca como de terror, como en tensión a la espera de que en cualquier momento te caiga el zambombazo (y no sólo el de la cuenta) en la cabeza.
Y así son los hombres y las relaciones con ellos: una comida en un restaurante de nouvelle cuisine.
Y oye, si la comida te sale buena vale la pena el clavazo final del desfile de billetitos verdes, amarillos y lilas. Pero es que si encima te pasa como a mí la última vez que fui a un restaurante de éstos que me pasé la noche rezando de rodillas delante de la taza del wáter pues ya, apaga y vamonos.

Se me revuelven las tripas.

Resulta que como ya sabéis yo amo a los animales bastante más que a las personas.
Yo soy de las que suscribe a mil grupos en favor de la ayuda a animales pero cuando sale alguno herido, por ejemplo, no puedo mirar porque me entran unas llanteras de escándalo.
Hace cinco minutos una amiga ha compartido en Facebook una imagen de dos niñatos riendo a carcajadas y enseñando el dedo central con un perrito entre ellos. No me he dado cuenta de lo que era hasta que he reparado en lo que tenía el perrito alrededor del cuello: una soga. Creía que era un collar pero si te fijabas en la postura del perrito y en que no estaba subido en una silla o similar entre ambos malnacidos, te dabas cuenta de que los hijos de puta de los críos habían ahorcado al perrito y lo tenían en volandas en el aire, sujeto aún por la soga, con la mejor de sus sonrisas y un dedo al aire en señal de 'que os jodan'.
A mí estas cosas me revuelven hasta el punto de quitarme el sueño. Me invade una rabia tremenda y se me ocurren cosas fantásticas que hacerle a los cabrones que queman animales vivos, los usan como cebo para cazar, les pegan, los maltratan etc.
Y yo digo: en un país que se las da taaan de progre como el nuestro, que tenemos que ser un ejemplo de tolerancia, aceptación, etc, que convivimos con inmigrantes que tienen más derechos que nosotros, que en el plano internacional no hablamos por no ofender y chupamos culos como los que más, que de tan progres que nos quieren hacer lo que acabamos siendo es gilipollas... ¿PARA CUANDO UNA LEY DE PROTECCIÓN DE ANIMALES?
Habrá quien diga que bastantes problemas tenemos ya y hay que centrarse en ellos pero oiga, ¿que haya gente que haga estas cosas a animales indefensos, a cachorros recién nacidos, no es un problema?
Y como este y es mi blog y me lo trajino como quiero te diré, querido lector, que me preocupan más los animales que los cabrones que matan a sus mujeres, que los que han matado a masas de gente, que la ley es, en general, una bazofia y no sirve para nada porque de progres que somos, lo somos también con la escoria.
Así que ya que no podemos evitar que un maromo cosa a chuchillazos a su mujer o que otro plante una bomba en un parque de críos porque las leyes que deberían de garantizar y penalizar esto son de coña, ¿por qué no intentamos proteger a alguien más que a los humanos, que al fin y al cabo pueden defenderse solos?

Y por si algún cabrón hijo de la gran puta que disfrute maltratando ancianos, niños o animales me está leyendo, le voy a dedicar unas palabras de amor:
Sé que tuviste una infancia dura. Que no fuiste un niño deseado ni querido, que tu madre te tuvo porque no tenía dinero para abortarte y el truco de la percha no le funcionó.
Sé que no te han dado nunca amor, cariño, ejemplos válidos, educación etc.
Sé que no eres humano, que eres una mierda viviente que no vale ni la primera Aspirina genérica que se tomó en su vida.
Sé que te sientes insignificante. Porque lo eres. Torturar a los más débiles te hace sentir mejor, poderoso, alguien. Pero no eres nada. No vales nada.
Si fueras alguien protegerías y amarías a los más débiles, eso es lo que hace la gente que vale la pena, la gente buena, la gente de verdad.
Algún día, y hazme caso porque cuando menos te lo esperes te estarás acordando de mis palabras, tú serás el indefenso y alguien vendrá a torturarte a ti. A hacerte lo mismo que tú has hecho.
Hay una película muy macabra pero muy buena en la que un psicópata mata y resucita a sus víctimas una y otra vez para que al final sean ellas mismas quienes supliquen morir. Eso te haría yo a ti. Me encargaría de saber a cuánta gente le has hecho qué cosas y te las haría todas a ti. Y te resucitaría y volvería a empezar y así mil y una veces. Te haría soportar todo el dolor que has causado y algún día alguien que se cruce en tu camino y sea como tú te crees con los débiles, más grande y más fuerte que tú, te devolverá todo lo que has hecho.
Y ese día, ojalá quien te lo haga también se haga fotos con una gran sonrisa a tu lado mientras te tortura y las difunda por internet. Apuesto a que las vería mucha más gente de la que ve el horror que tú haces. Y reiríamos a grandes carcajadas y yo personalmente iría a poner mi dedo central en tu puta cara y a decirte: y ahora, ¿qué? Ahora ya no mola tanto todo esto, ¿verdad? Y acto seguido me iría sin hacer nada por evitar que te soltasen.
Puto loco cabrón de mierda hijo de puta. Enfermo de los cojones. Escoria.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Las moscas coj*neras.

Hay cierta gente que tiene el don de sacarme de mis casillas.
Mi novio siempre me dice que de momento tengo que aguantar, que es lo que me conviene y que procure tener paciencia y que las cosas me entren por un oído y me salgan por el otro.
Lo que pasa es que yo ya llevo mucho aguantado a mis espaldas y por otro lado, nunca he sido mucho de callarme.
Yo estudié en un colegio privado en la época en la que los alumnos todavía respetaban a los profesores y no les agredían ni los amenazaban ni ese tipo de cosas que tan de moda están ahora. Y ni siquiera entonces era capaz de callarme. Respetaba a mis formadores pero no hay nada de irrespetuoso en discrepar, opinar, rebatir etc.
Nunca me costó caro no ser capaz de tener la boca cerrada ya que en ese colegio te enseñaban, ante todo, a pensar por ti mismo, razonar y argumentar. No era nada malo que no pensases igual que el profesor: era signo de que tenías tus propias ideas, escuchabas las del profesor (más de lo que hacían muchos alumnos) y las analizabas para ver qué grado de credibilidad te ofrecían.
Más tardo llegó la universidad y aprendí a golpe de suspenso que allí las cosas eran diferentes con algunos profesores: sus ideas eran ley y tú no tenías derecho a rebatirlas porque ellos eran catedráticos y tú no.
Aún así muchas veces me enzarcé en debates con muchos de ellos e incluso tuve un enganchón con uno, que pese a todo me dijo que valoraba que hubiese tenido las agallas de plantarme en su despacho y exponerle mis ideas y mi descontento. Ese hombre ocupa hoy un sillón en la R.A.E.
Después me metí, sin saberlo, en el ejército. Señor, sí señor a todo, rectita y desfilando a paso ligero.
Pero yo no había decidido meterme en un pelotón sino en una carrera -otra más, sí-, así que por mí el rollito militarista podían metérselo por donde les cupiese o cupiera.
Y una vez más, no pude mantener los labios sellados.

En realidad puedo callarme según de quien venga la idea y los pilares por los que sostenga, aunque yo no la comparta. Puedo callarme si es una eminencia en el tema la que me habla. Cuando es un piltrafilla, no puedo por mucho que lo intente, por mucho que cuente hasta diez e intente alcanzar un momento Zen, por muchos Valiums que me tome y muchos esfuerzos sobrehumanos que haga, callarme.
Sobre todo no con cierto tipo de gente: el típico estirado que se cree que está por encima del bien y del mal, que es más farruco que nadie, que está en posesión de la verdad absoluta y que piensa que tú, por el simple hecho de no ser él, no tienes derecho a réplica ni a pensar por ti mismo ni casi, a existir.
Esa gente que te habla desde la arrogancia, la prepotencia, el orgullo, la intolerancia, la falta absoluta de empatía, borrachos de lo que ellos creen que es, un poder absoluto.
Frente a esta gente lo primero que hago es reírme: ¡animalico, que se cree Dios y es un mindundi más en este universo...! Pues queridos lectores, no es más quien más alto cargo tiene sino quien mejor profesional y sobre todo persona es.
Fuera de una empresa el jefe es un ciudadano más, una persona más, igual que tú, con debilidades, sueños, enfermedades, aspiraciones y preocupaciones. Yo misma, desde fuera de la jerarquía de una empresa, al pasar por la calle, no distingo quien es jefe y quien peón. Todos son iguales, el más pintado y más pastado y el más humilde.
Pero esto hay gente que no lo entiende, no ve que hay vida más allá de su empresa y que en la misma pueden ser el Todopoderoso pero fuera de ella no son nada, sólo uno más.
Y yo con esta gente, de verdad que por mucho que lo intente, no puedo. No puedo y trago una o dos pero a la tercera la lengua me funciona más rápido que el impulso de la inhibición y mi Paleocórtex se queda a gusto.
He hecho cosas muy burras, me he enfrentado con gente con quien tenía todas las de perder y de hecho he perdido, pero mi orgullo, mi amor propio, mi dignidad y mi concepción del mundo y del lugar que cada uno tenemos en él me impiden callarme.
Las he liado muy pardas y con el paso del tiempo, a un minuto de desvincularme del todo de ese mundillo, miro atrás y no me arrepiento de nada.
Puedo haber perdido una batalla pero no la guerra. Y como se suele decir prefiero morir de pie y salir en cajita de pino por la puerta grande a vivir no ya de rodillas sino tumbada en el suelo en decúbito prono, con la cara en el fango, comiendo mierda.
Los sueños, las ilusiones, la vocación, etc tienen un precio. Pero no cualquiera. Yo no soy del tipo de persona que hace algo cueste lo que cueste. Si me cuesta la dignidad no voy a hacerlo. Me largo pegando un sonoro portazo (so riesgo de tirar abajo una puerta de cristal de un despacho, eso también os lo digo) y busco formas alternativas de llegar a donde quiero llegar. Más que nada porque quiero llegar enterita y con la frente bien alta y no con una depresión de caballo. Mi salud, mis ideales, mi forma de ver el mundo, yo como persona, no tengo precio. No me entrego a cambio de nada.
Por eso me alegro de lo que hice, me alegro de no haberme callado, me alegro de haber sido un jarro de agua fría para quien se creía por encima de Dios y de los Hombres, me alegro de haber causado un sofoco, un cabreo, me alegro de haberle hecho lo suficientemente la puñeta a alguien sin intentarlo como para que esa persona ponga todo su tiempo y energía en hacerme la vida imposible. Me alaga.
Me alaga porque yo en alguien que no vale la pena y que me importa un pito no invierto ni cinco minutos de mi tiempo, puedo reírme, puedo cotillear por aburrimiento y para una vez más, desencajarme la mandíbula a risotadas, puedo pasar mi vista por encima pero no determe, no ponerme a pensar en cómo fastidiar a alguien, ¡si no me importa! Pero cuando alguien se para y elabora una astuta -o no tanto- forma de fastidiarme, es que he significado algo para esa persona y que se ha tomado el tiempo y la molestia de sentarse a pensar cómo darme por el saco. Y ha tirado de contactos, ha hecho reuniones, ha invertido tiempo en su venganza. Qué detalle. Me siento incluso mal porque después de que una persona haya invertido tanto tiempo y esfuerzo en mí yo sólo me he largado y me he ido de tiendas olvidándome del todo de esa persona. J*der, qué desconsiderada soy.
De modo que no me arrepiento de nada. Hice lo que tenía que hacer.

Y ahora mírame tomar algo mientras me fumo un cigarro y tomo fuerzas para el siguiente asalto.
Mírame ignorándote y olvidándome de que estás en el mundo.
Pero sobre todo, sobre todo, espérame. Espérame porque me estoy rearmando para volver con más fuerza y más violencia y cuando vuelva, si tú eres jefe yo lo seré también. Veremos entonces qué pasa.
Porque no te olvides nunca, nunca, nunca de que la venganza es un plato que se sirve frío. Y yo tengo todo el tiempo y la paciencia del mundo para irme a Siberia, congelar mi venganza, traértela en pleno Enero más fría que una bolsa de cubitos de hielos y plantártela en todos los huevos.
Que ya te lo he dicho muchas veces, conmigo quien quiera; contra mí quien pueda.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Antics.

Se dice que el hombre es un animal de rutinas. En general a la gente la rutina le da seguridad. Los niños necesitan de una rutina para su correcto desarrollo.
Yo, una vez más, tenía que ser diferente.
Cada vez que me asiento en una rutina, me entra el pánico. Me agobio, me ahogo, me pierdo. Empiezo a no poder dormir, a no verle sentido a nada, a sentirme una autómata.
Y salgo corriendo. Lo dejo todo empantanado donde está y salgo por patas sin previo aviso.
Me da la vena y me embarco en una nueva aventura que al principio me parece prometedora pero que sé, porque ya me voy conociendo a mí misma, que tarde o temprano abandonaré de la peor manera porque terminará por estrangularme también.
Y así me pasa con todo.
No es que necesite cambiar los sitios a los que voy, la gente que conozco, no es que me tenga que apuntar a clases de skate o yoga, no es que me corte el pelo y me cambie el color (aunque a veces sí, lo reconozco) No es que tenga que tirarme en parapente o tenga que hacer puenting.
Yo necesitaría ser cada día una cosa, tener cada día una vida distinta. Hoy ser abogada, mañana escaparatista, pasado maquilladora, al siguiente médico y así eternamente, sin hacer nunca lo mismo más de una semana seguida.
El problema, porque alguno más tenía que haber, es que eso es imposible. No se puede cambiar de vida cada semana. No puedo cambiarme a mí misma cada semana.
De modo que sé que tarde o temprano acabaré por agobiarme, ahogarme y estrangularme a mí misma. Y tal vez sea la solución.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Primer post gatuno.

Veréis, como ya os dije yo tengo cuatro gatos. Habrá a quien le parezca una locura y quien crea que no es para tanto.
Yo asumo lo que es vivir rodeada de gatos: los pelos, que uno se quede encerrado y llore desesperadamente, acostarme y cuando estoy a punto de dormirme darme cuenta de que uno se quedó agazapado en algún ricón de la habitación y me pegue un susto de muerte saltándome encima, coloretes de Illamasqua (que baratos lo que se dice baratos no son) en el suelo en mil pedazos, abrir un yogur y tener que darle la mitad a Lucas, que Kira me exfolie la cara a base de besos de gato, que cuando se asusta Cocco me salte encima desesperado y se agarre a mí con tanto ahinco que me clava las uñas hasta el tuétano, estar siempre llena de arañazos, etc.
Pero mi madre no. Mi madre lleva una lucha encarnizada con los gatos. Los adora y que no se los toquen, pero un par de veces al día no puede evitar recordarme que he convertido su vida en un auténtico infierno con tanto gato, que se pasa el día limpiando, que no paran quietos y le van a destrozar la casa y demás.
Yo no tendría ese problema, soy amante del estilo minimalista y el colonial, en mi casa figuritas de Lladró y Swarovski poco.
Pero lo que tengo claro es que por poco que haya en mi casa, si hay algo que tirar o romper, mi gata Lilly acabará con ello.
Los gatos suelen ser sigilosos, muy ágiles, se escabullen entre las figuritas de mi madre sin daño colateral alguno. Pero Lilly de gato tiene poco, Lilly es un tornado. Lilly no salta sobre una mesa, se abalanza sobre ella y aterriza encima llevándose por delante lo que le pille, ni Lladró, ni Durán, ni plata, ni porcelana ni cristal ni nada se salvan en la debacle. Todo lo por los aires y una madre haciendo malabarismos para cazarlo todo al vuelo.
Yo sé cuando Lilly ha entrado en mi habitación porque mi cómoda no es un prodigio de orden. Cuando ella la ha pateado, brochas, esmaltes de uñas, sombras de ojos, gafas de ver, gafas de sol, móvil, bolígrafos.. todo lo encuentro estrellado en el suelo.
La otra tarde le dió por ponerse entre mis cajoneras con maquillaje y unas cajas de zapatos (yo zapatos tengo muchos, miles. Y bolsos también, pero ese es otro tema. Y por algún motivo que desconozco a mis gatos les apasionan también los zapatos, será que todo se pega).
Yo sobrepuse unas cajoneras sobre otras y sobre las últimas unos botes con brochas y pinceles de maquillaje.
Ahí estaba ella buscando el hueco, la cajonera superior tambaleándose, las brochas al borde del abismo, mi elaborado tétris de cajas de zapatos a punto de desplomarse.
Y como yo sé lo que le sigue, la saqué y nos vinimos a la terraza porque al final veía las cajoneras, los botes, las cajas, los zapatos y a la gata despeñandose al suelo y yo intentando agarrar lo que pudiese, a saber a la gata y el resto a tomar muchas y buenas.
Cuando me siento aquí a escribir se acuesta a mi lado, me mira con sus enormes ojos amarillos y me maulla, se restriega sola contra mi mano: reclama mimos. Debe ser que sabe que ahora estoy escribiendo sobre ella porque está aquí pegada a mí, acostada, mirándome con cara de muy poco convencimiento pero sin exigir mimos.
De cada uno de mis gatos tengo algo, de Cocco la independencia, que no me gusta que me incordien, me gusta tener mi espacio. De Kira lo indefensa pero camorrera que soy, que sé defenderme aunque esté en inferioridad de condiciones. De Lucas lo que me gusta comer y dormir y esa romántica melancolia que lleva escrita en los ojos azúl claro, tan claro que parecen blancos. Pero a la que más me parezco es a Lilly: se puede saber perfectamente que he estado en un sitio o en una persona por el desastre que causo. Yo también soy un tornado: cuando paso por alguna parte no dejo nada ni a nadie en pie.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Si tenía razón mi padre o 'de princesa a puta en tres meses'.

Cuando tuve edad de empezar a mamonear con chicos, mi padre me dijo una frase que jamás olvidaré:

Los hombres -y te lo digo porque yo soy hombre- son de PROMETER HASTA METER Y UNA VEZ METIDO, NADA DE LO PROMETIDO.

Se me quedo grabado en la mente, oye. Una cosa.. Si pudiera recordar con tantísima claridad todo lo que me dice mi padre probablemente algo mejor me iría en la vida.

El caso es que yo mantuve las piernas firmemente cerradas hasta que fuí lo suficientemente imbécil (o el tipo en cuestión se lo trabajo suficientemente bien) como para creerme lo prometido.
Es una cosa alucinante: eres una princesa al principio y te convierten en puta en cuestión de meses.
Pasado el umbral de unas semanas quedan atrás flores, sms sin razón, llamadas a deshoras, notitas románticas por doquier, piropos, invitaciones, detalles...
Yo creo que ya los hombres dan por hecho que tienen el kiki asegurado y no les merece la pena seguir trabajándoselo. ¡Oye guapo, que yo cuando quiera asomo la nariz en la calle y me salen mil para echar un rapidito, no te duermas en los laureles que no eres el único macho en la faz de la Tierra! Que yo cuando me arreglo aún resulto un poco, no te vayas a creer que porque tú te has acostumbrado a verme (y tenerme) no va a haber otros que vean algo bonito donde tú ya no ves nada. Que entre otras cosas una Torre de Pisa no soy pero mi metro setenta no me lo quita nadie, o sea que pequeña, precisamente pequeña no soy, se me ve.

Pero nada oye, que ni rastro del romanticismo inicial:
- Las puertas ábretelas tú que para algo tienes manos (¿en serio? Vaya, yo creía que sólo las tenía para servirte y masajearte a ti...)

- Pagamos a medias que yo no soy rico (ni yo tampoco pero a poner la comida, la cama y el revolcón en mi tierra le dicen ser después de cabrón, apaleao)

- Las bolsas llévalas tú que para eso es tu ropa y son tus compras (no vaya a ser que se les hernie un testículo por cargar con lo que a ti te supone un infierno y ellos, por costumbre y constitución deberían de llevar como quien lleva una pluma)

- Oye yo regalitos y caprichitos nada que no soy millonario y además eso está pasado de moda, ¿no queríais ser independientes? Pues las joyitas os las compráis vosotras (Si eso hago, comprármelas yo, pero por tener un detalle que no hace falta que sea de Suarez, no te ibas a morir)

- ¿Notitas y mensajitos y mails y tal? ¡Que yo tengo mucho trabajo, no estoy para chorradas! Además eso son moñadas, lo que cuentan son los actos.

Los actos. Ajá, ¿y qué actos, concretamente? ¿Que no me invites jamás a cenar, que nunca tengas un detalle conmigo, que nunca me des una sorpresa, que nunca me prepares un plan romántico, que me digas 'te quiero' ya como quién dice 'buenos días' al entrar en un sitio público con gente, que lo que yo quiera hacer te dé igual y siempre haya que acabar dónde, cómo y cuando tú quieres...? No sé, ¿a cuál de todos esos actos te refieres?

No hombres del mundo, que no. Que nos damos perfectamente cuenta de que cambiáis a lo largo de la relación y prometéis hasta meter y una vez metido nos convertimos en chachas.
Y mirad, no. Las mujeres queremos ser princesas desde el momento en que os conocemos hasta el momento en que muráis (aunque rompamos la relación, para vosotros, los exs, seguimos queriendo ser princesas).
- Queremos que nos abráis las puertas.
- Que nos ayudéis a cargar las bolsas.
- Que nos escribáis cosas bonitas: notas, sms, mails, publicaciones en el muro de Facebook, etc.
- Que tengáis detalles con nosotras: tipo decir ¡qué bonitos esos zapatos! y que al día siguiente aparezcáis con ellos (y no hacer esto sólo en vísperas de aniversarios, cumpleaños etc)
- Que nos regaléis cada equis alguna joyita que nos recuerde a vosotros (igual que la anterior, no esperar a que sea una ocasión especial para hacerlo, no se trata de que la joya cueste doce mil €uros, algo de diez vale perfectamente: lo que cuenta es el detalle)
- Queremos que nos digáis lo guapas y especiales que somos.
- Queremos que nos traigáis el desayuno a la cama o nos preparéis un baño con espuma.
- Queremos que nos sorprendáis con algún plan romántico (no, ver el fútbol o salir a cenar y a tomar una copa con todos los amigos no es romántico. Algo romántico de verdad y sólo los dos, los amigos son importantísimos pero una pareja necesita su tiempo a solas).
- Queremos que si no os acordáis de las fechas especiales, os pongáis una alarmica, una nota o algo así en el móvil o en la agenda y hagáis algo por recordarlas.
- Queremos que nos mandéis flores.
- Que nos llevéis a ese restaurante que tanto nos gusta.
- Que nos digáis que nos queréis con intención y enfásis, no como si nos estuviéseis dando la hora.
- Que seáis caballerosos.
- Detallistas.
- Románticos.

No importa cuánto tiempo haya pasado desde que nos conocimos, no importa cuánto hace que vivimos juntos, salimos juntos, estamos casados o como estemos.

Tal vez si vosotros nos tratáseis como princesas, nosotras continuaríamos siendo princesas. Pero a mí, francamente, cuando me tratan como a una puta (y no me refiero en el sentido sexual sino en el de chacha, de propiedad privada, de objeto) me dan ganas de comportarme como una puta. La reina de las putas. Puta, putísima. Y yo cuando me pongo soy la mejor en todo, así que vosotros decidís si queréis que sea la Reina de las Princesas o La Puta de Entre las Putas. Y esta última no os gustaría, os lo aseguro.

Así que en vuestras manos lo dejamos. Luego no vengáis a quejaros y a llorar porque os lo hemos advertido.

jueves, 8 de septiembre de 2011

The reason.

Ya me ha dado. No debería de sorprenderos, os lo avancé en el primer post: cada equis tiempo me da la vena del 'mi novio no me quiere'.

Con mi actual pareja es distinto: sé que me quiere. Pero sé que me quiere porque es normal y llevamos tres años juntos y cuando pasas tanto tiempo con alguien, le quieres.
Lo malo es cómo le quieres: ¿como a una pareja?, ¿como a un amigo?, ¿como a un viejo conocido?

Eso es lo que a mí me preocupa. Lo que viene después de la pasión inicial del 'no puedo vivir sin ti', los sms apasionados a deshoras, la urgencia de reencontrarse tras unas larguísimas 24 horas sin verse, el sentirse vacío cuando la otra persona no está cerca...

A ver, yo no me muero cuando mi novio no está cerca, eso también os lo digo. Me tengo que ir de viaje y me voy (a decir verdad me he ido este verano por primera vez en tres años, los años anteriores cancelé todo y me quedé con él) pero lo echo de menos y quisiera que estuviese conmigo. Y me fuí por una razón muy concreta.

A mí me inquieta saber por qué me quiere mi novio. Porque eres buena, me contesta siempre. Ya, pero esa no es razón, yo conozco a mucha gente buena y no estoy emparejada con ella. Pero tú eres muy buena. Ah bueno, entonces ya...
No en serio, eso no me sirve de nada. Te preocupas por la gente, te preocupas por los demás muy por encima de preocuparte por ti misma. En esto le tengo que dar la razón, lo que a mí me pase me da igual pero a la gente de mi entorno que no la roce el aire. Dudo que pudiese encontrar otra chica que se preocupase por él como yo.
Pero sigue sin bastar. Podría yo ser Santa Teresa y no es ese un motivo para que nadie sea mi pareja. Algo más tendrá que haber, digo yo. Pero según mi novio parece no haberlo. No sabe decirme por qué me quiere. Y eso me hunde.
Me hunde porque si no sabes por qué quieres a una persona, igual que la quieres la dejas de querer. Yo misma adoraba a mi Contorsionista pero no sabía explicar por qué (porque no había motivo, simplemente) y un buen día todo lo que había desapareció porque me dije a mí misma ¿y qué tiene este tío para que yo le quiera? ¿Qué justifica esta absurda devoción mía? Y ahí vino el batacazo. Bueno, el batacazo para él, yo recuerdo ese día como uno de los más felices de mi vida.
Pues eso, que un buen día te das cuenta de que aquello de lo que te habías enamorado no existe y no hay nada ya que alimente tu amor. Y ese día se van por el wc años de relación, de recuerdos, de vivencias compartidas...
Y francamente, con mi ex fue fácil porque bueno había más bien poco, se fueron por el retrete años de sufrimiento, que al fin y al cabo lo celebras, montas una fiesta por todo lo alto que ríete tú de las de Paris Hilton y Lindsay Lohan.
Pero si se van años que merecen la pena ser recordados ya la cosa cambia. Prepárate un bar en la cocina de casa con litros y litros de alcohol y una farmacia con cuantos ansiolíticos y antidepresivos puedas robar, sacar a la S.S, rescatar de contenedores de medicamentos caducados etc. Porque esto te va a llevar más kleenex, alcohol y pastillas que una fiesta en Ibiza.
Y eso a mí me aterra. Encontrarme otra vez con fotos, con regalos, con recuerdos, con una ristra de anclas que te sujetan donde estás y no te dejan moverte (y todos los Valiums, Orfidales, Prozacs y Whiskey's que te has tomado tampoco ayudan).
Por eso creo que es importante saber por qué quieres a alguien y por qué te quieren a ti.
Cuando tienes un motivo para hacer algo ese motivo te guía. Yo misma he dejado ochocientas carreras porque no tenía motivo para hacerlas. Ahora que he encontrado mi vocación ya me puedo dar de bruces contra mil obstáculos que aunque llore y reniegue y patalee, lo vuelvo a intentar porque tengo motivos, tengo una razón que me guía, un por qué que me mantiene en el camino: porque es mi vocación, porque es lo que siempre quise hacer, porque quiero ayudar a la gente que lo necesita, porque me siento como en casa en un hospital, porque creo que allí puedo ser útil, por los pacientes que me valoran, por el personal que también lo hace, porque el hospital saca lo mejor de mí, porque llego extenuada a casa pero duermo bien porque he hecho algo útil por alguien... por dar un pedacito de lo mejor de mí a quien lo necesita de verdad. Porque tengo mucho amor que dar y quiero dárselo a quien lo necesita tanto, tanto como una vez lo necesité yo.
Y eso me mantiene, pienso en todo eso y digo ¿y por cuatro gilipollas, por algo que no me haya salido bien, por un suspenso lo voy a dejar? No, por mis ovarios que tiro palante.
Pero si no hay razones, no hay por qué seguir. Si no hay razones no hay por qué dar lo mejor de ti cada día, cada minuto, en cada habitación. Y cuando el imbécil de turno te trata como si fueras su chacha, vas al vestuario, cuelgas el pijama y los zuecos y te pones la ropa de calle, vuelves a control, haces un corte de mangas y una reverencia y te vas con viento fresco.

No se pueden hacer las cosas a lo tonto, hay que hacerlas por algo. Máxime cuando hablamos de compartir tu vida con alguien. Que recoger tus cosas de una casa no es tan sencillo como coger tu uniforme y tu bolsa de deporte y largarte de un hospital.
Que dejar a una persona nunca es tan fácil como dejar una unidad.
Que dejar a alguien que te quiere no es tan sencillo como dejar a un grupo de desconocidos.

Por eso tú dame un motivo. El resto ya lo pongo yo.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

¿Por qué no me llama?

Yo creo que no hay pregunta más repetida a lo largo de la historia. Si parecía que le gustaba, si todo iba fenomenal... ¿por qué carajo no me llama?

Hija mía, muy fácil: porque no le da la gana.

He comprobado que los hombres son la cosa más despistada del mundo. Mil y una veces hemos tenido que volver mi novio y yo a casa porque se había dejado arriba las llaves del coche, o al coche porque se había dejado la cartera. Pero ojo, no una ni dos, mil y una.
Mi novio está en el mundo para que haya un poco de todo, por el tema de la variedad. Pero él estar en lo que tiene que estar, rara vez está si no es por trabajo.
Cuando empezamos a salir se portó bien: llamadita de rigor todos los días, sms etc. En este sentido cero quejas: el chico tenía interés y lo demostraba. Anonadada me quedé, oye, fue toda una novedad para mí, un hombre que saca el pico y la pala y me tiene en mente y me llama y me escribe con total naturalidad, qué hallazgo.
Porque sí, al principio si no te llama es porque no le da la soberana gana. Aquí puedes coger con una mano tus ovarios y con la otra el teléfono y llamarle tú, que si te sale mal, más se perdió en Cuba.
No tiene más misterio la cosa. Un hombre que está en sus inicios contigo y no te llama da mala espina: al principio tiene que tenerte todo el día en mente como tú a él. Y si no te llama es porque no te tiene en mente o porque no le sale de la zona genital, en cuyo caso, malo.

Bien, aclarado ya este punto, pasemos al tema de las llamadas a lo largo de la relación. Por experiencia también he comprobado que a un hombre -normal digo, no a un loco de la colina- se le pasa un cabreo mucho antes que a una mujer.
Yo me esfuerzo en mantenerme enfadada el mayor tiempo posible, así, como por tocar un poco los pies y generar cargo de conciencia. Mi novio en cambio a los treinta segundos ya no se acuerda de nada, me está dando un beso y haciéndome rabiar. Con él cuesta una barbaridad estar enfadada, pero ese es otro tema.
El caso es que tras una pelotera si no te llama no es porque esté dándole vueltas al asunto y devanándose los sesos: no te llama porque ya ni se acuerda de lo que pasó, ni se le pasa por la cabeza que tú estás enganchada de la lámpara de araña del salón comiéndote las uñas hasta los hombros ni cree que tenga por qué llamar con premura, ¡si no pasa nada!
Te llamará cuando te llama siempre y como si tal cosa, si esperas a que se dé cuenta de que sigues enfadada y que recuerde el por qué vas más de trasero que San Patrás.


Casos excepcionales: El Ovillo de Lana, El Contorsionista o simplemente, El Retorcidico.
Este tiene de normal lo que tú de Lagarterana.  
Al principio su patrón de llamadas o ausencia de es normal, hasta ahí sin cambios. Lo divertido llega luego.
Cuando adentrados en la relación no te llama, tiembla. Algo le pasa. Puede ser desde que le cabree que a la hora que es no le hayas llamado tú primero a que recuerde algo que le dijiste hace seis años y le haya sentado mal ahora.
Yo tuve una relación (o un thriller psicológico, más bien) con un Contorsionista. Recuerdo que no me llamaba y yo tenía ganas de ahorcarme porque veía venir no ya la tormenta sino el huracán.
En este punto me volvía loca y le llamaba ochocientas veces en un lapso de media hora. Llamadas sazonadas con una secuencia de sms tal que así:

Sms 1: 18:31- Amor, ¿por qué no me lo coges, qué pasa?

Sms 2: 18: 32- Cógemelo y lo hablamos, anda.

Sms 3: 18:34- Pero ¿qué pasa ahora? No te entiendo y si no me lo coges no voy a poder arreglarlo
-Subnormal de mí yo también, tenía que arreglarlo yo sola porque obviamente era culpa mía, siempre era culpa mía-

Sms 4: 18:35- Me estoy poniendo fatal en serio, ¿qué pasa? Cógemelo por favor...

Sms 5: 18:36- Me voy a ca*ar en tu p*ta madre y todos los muertos escupíos y relamíos de tu familia, joder, ya estamos otra vez como siempre, cansino eres hijo, estoy hasta los hu*vos de ti, que te den.

Sms 6: 18:38- Va jo, venga, cógelo, vamos a hablar...

Sms 199234213457: 18:45- Si es que yo te quiero, no puedo vivir sin ti, no me hagas esto, vamos a arreglarlo, no seas así...


Aquí había dos opciones:

1. 23:00, llama el susodicho: Pero ¿tú te has vuelto loca o qué? ¡Que tengo treinta y seis llamadas perdidas tuyas! Tú estás mal de la cabeza, ¿eh?, lo tuyo normal no es. Si ves que no te lo cojo será que algo pasa, por ejemplo como ahora, que me había dejado el móvil en el coche aparcado en Marte y yo estaba en Saturno tomando una caña, ya te devolveré la llamada cuando vea que me has llamado una vez, ¡no te líes a llamarme y a mandarme esos mensajitos, joder, que me pones de una hostia...!

Claro, eso es lo que hace la gente normal: devolver la llamada. Pero como tú eres de todo menos normal pues yo tiemblo, me tomo una caja entera de Valium y una botella de Vodka y me acurruco en posición fetal en la bañera llena de agua y lloro porque ya veo venir el chaparrón.
Si fueras normal esto no nos pasaría. Y te lo digo porque la experiencia me avala en base a la segunda opción:

2. Pasan dos años, te desbloquea y abre privado de Messenger el susodicho (no se llevaba la Whatsapp en aquella época):

Contorsionista: ¿Qué tal?

: Y tú ¿quién coño eres?

Contorsionista: ¿Cómo que quién soy? ¡Pues Zutanito!

: ¡Anda coneeejo, a buenas horas!

Contorsionista: A buenas horas ¿qué?

: Que llevo dos años esperando que me llames.

Él: Es que no podía ser.

: No podía ser, ¿el qué?

Él: Pues que estaba tomando una copa con mis amigos y me di cuenta de que no podía ser. ¿Nos tomamos un café y lo hablamos?

: ¿Ahora?

Él: Sí, ahora. Vamos, ahora, ahora si no te viene bien no, mañana, pasado, esta noche...

: ¿Y no podíamos habernos tomado ese café hace dos años? Digo, porque me pillas viviendo en Australia, con un hijo y embarazada del segundo así que este año lo tengo un poco complicado para tomar un café en Madrid y como mucho me tomo un zumo que la cafeína al crío le viene fatal...


Claro, si tenías tú razón para volverte loca, nunca más cogió el teléfono ni te devolvió la llamada, estaba claro que algo pasaba y vas a tardar dos años en enterarte. Que al cabo de dos años ya te toca un pie y parte del otro, si eres lista, claro está, yo normalmente al cabo de los dos años solía estar esperándolo todavía. Pero eso es tema para otro post, de momento quédate con que si es normal y no te llama es ora porque no tiene interés, ora porque no sabe que estás esperando como agua de Mayo que te llame o porque tiene la cabeza llena de tonterías y te llamará en cuanto baje de vuelta al planeta Tierra.

martes, 6 de septiembre de 2011

La bola de cristal paterna.

En el momento en el que una mujer da a luz a su hijo, no sólo llegan el niño y el pan de debajo del brazo. Llega el saber cocinar, planchar, coser.. y las dotes adivinatorias.
Yo a veces no sé si mi madre me está leyendo el futuro o me está echando una maldición gitana y por eso lo que me anuncia se cumple, pero el caso es que no falla una. La última, este verano:

- Nena, verás las vacaciones, vas a acabar hasta el gorro, va a pasar tal y cual y aquello.

- Que no madre, que lo tengo muy bien planeado mujer, ya verás. Además no me digas esas cosas que luego se cumplen.

- No, si yo no digo nada pero ahí lo dejo.

Y no falla oye. Se cumplió todo. Si ya te lo dije yo. Pero ¿cómo lo sabías, jodía?


Otro ejemplo. Amanece un día normal, no llueve ni nieva, no ha habido ningún accidente que colapse la ciudad, no te has levantado más tarde de lo normal...

- Nena date prisa que hoy llegas tarde.

¡Pa qué lo ha dicho! Ya puedes ir saliendo de casa sin duchar, vestir ni peinar ni nada y correr como si no hubiera mañana porque con eso y con todo, llegarás tarde, sólo el Cosmos y tu madre saben por qué.



Y así con todo. Y oye, que a mí me encantan los críos ¿sabes? pero es que cuando veo lo de las capacidades adivinatorias de mis padres me dan ganas de encerrar a mi novio en la habitación y no dejarlo salir en una semana, a ver si engendro y cuando nazca el niño adivino el número que va a salir en El Gordo de Navidad, porque digo yo que habrá que sacarle provecho a tal clarividencia, no es justo que sólo sirva para vaticinar lo malo, ¿no?